jueves, 19 de febrero de 2015

QUIETO


o Pégate a la pared



Daniel Oliveros



—Conte. Bravi, bravissimi,
fate silenzio,
piano pianissimo
senza parlar.
Il barbiere di Siviglia,
Cesare Sterbini


Pretender hacer una aproximación a Quieto de Víctor Manuel Pinto es una empresa que ciertamente resulta complicada para un lector que pocas veces se ha topado con un trabajo similar. A pesar de que existen referencias, formas y estructuras modernas, y en algunos casos clásicas, Quieto es un libro que logra valerse no de las antes mencionadas, sino por él mismo. Sí, hay un cuidado por la composición, por la forma del libro y la estructura de los poemas. Sí, hay una intención poética y me atrevería decir que editorial, una necesidad del autor de proponer algo distinto con elementos conocidos, habituales y cercanos; pero en eso no radica la esencia o la genialidad del libro, no. Víctor Manuel Pinto propone con Quieto algo más que artesanía.


Vida Diávolo titula la primera parte del libro, donde hombres y mujeres juegan a los dados con la misma vida. El exceso de placeres: carnales, químicos y estéticos. La dureza de las canciones de los niños y ver nuestra condición de Satán reflejada en sus juegos de palabras y el vacío que ven nuestros ojos al ser vendados. Pero el libro no consiste en un retrato de las perversiones y vicios del hombre únicamente, también se describen de elegante manera los padecimientos internos, de los que ni el poeta, ni el lector se pueden excluir: Cansado / ¿Por encima de mí cuántos cruzan? / Solo / ¿Junto a mí cuántos más caminan?, la angustia y el desasosiego no son un tormento para el poeta, son acontecimientos que asedian a todo ser humano; Pinto se limita a nombrarlos, describirlos y hacer saber al lector que lejos de ser elementos trágicos, son sensaciones habituales que no deben ser rechazadas, sino observadas. Estos poemas iniciales fungen de avatares para representar las inquietudes más cercanas a Pinto y, a través de un discurso poético y musical (sería imposible separar ambos elementos), nos habla de su forma de ver el mundo y de adolecerlo.




Empezando con lo que podría asumirse como poesía social (que en mi opinión no lo es) Víctor Manuel hace una panorámica de una sociedad atravesando un periodo de crisis ante los ojos del poeta. Abarcando desde distintos fenómenos sociales como la simultánea divinización y trivialización de la mujer, el estilo de vida de una sociedad marginada por los modelos socio-económicos y las dinámicas de poder establecidas entre los que habitan ese cosmos. Desde la sensación de estar armado, el acto dialógico de un atraco, hasta cómo se podría taxonomizar las distintas sensaciones estando en medio de un tiroteo, el poeta logra captar como un actor, víctima y observador (activo) todos los fenómenos que giran en torno a una sociedad que él observa peleándose con ella misma en un interminable conflicto dialéctico.


A lo largo de Vida Diávolo, Pinto paseará al lector, cual Virgilio a Dante, por un recorrido convulso de tantos polos, tantas aristas, que sería difícil determinar qué abarca realmente el libro: La tierna amargura de los amores escolares que aumenta y disminuye a capricho de los impulsos  juveniles: - borré la primera junto a la V / - borré la segunda junto a la V / - borré muchas junto a la V, los tres vicios en los que se puede hundir la juventud de un barrio: alcohol, crack y carne, junto a los tres polvos que grano a grano van desgastando al cuerpo: cocaína, harina y azúcar.


Quieto, la palabra que titula también la segunda parte del libro, expande su significado hacia algo más que una interjección y una .38 apuntando a nuestro rostro: en los cinco poemas que componen este corpus Pinto voltea la cara hacia una quietud más voluntaria y menos caótica. La ciudad desaparece, las manchas rojas en la sábana, la cinta que no nos deja pasar, todo parece ser un sueño sobre una ciudad distópica.


La contemplación empieza a tener un propósito distinto, no para alimentar la morbosidad del transeúnte cuya saliva se desprende de los labios al ver la silueta de un hombre marcada con La tiza. Ahora hay claridad, lejos del bullicio de la calle: estamos solos frente a cualquier fenómeno, presentes en un momento que en apariencia no tiene nada destacable Si era la lluvia un juego de antes / ahora es un trabajo para escuchar / el relieve de las cosas en torno a mi cuerpo, pero es ésta la verdadera esencia del libro: olvidarse de la violencia de un Quieto gritado del otro lado de la esquina y exigirnos una quietud más pausada, contemplativa y elemental, intentando conservarla:


Quédate un poco más conmigo:
en mis piernas,
en mis brazos.




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