miércoles, 27 de enero de 2016

Tres poemas de Ludovic Janvier





Ludovic Janvier (Francia, 1934 - 2016)   Rue Des Archives / ©Louis Monier




EXULTATE JUBILATE

Habiendo repetido que la vida verdadera comienza con el día
habiendo corrido solo en la bruma riéndome de mí
habiendo cagado tan perfectamente que me sentía claro
habiendo escuchado resonar mi nombre sin creerlo
habiendo buscado con los ojos una araña siempre posible
habiendo visto de nuevo la hierba que cortaba tempranito
habiendo lavado mi piel sorprendiéndome de tener cojones
habiendo hecho rictus de odio a mi cara en el espejo
habiendo bebido y hartado diciéndome quién lo creía
habiendo deseado la dulzura y el peso de sus senos
habiendo cerrado los ojos sobre la quietud negra del estanque
habiendo pensado tiernamente en Sam acaso piensa él en mí
habiendo mirado cinco veces por nada en el buzón
habiendo repetido el final de Fígaro esperando llorar
habiendo sentido mi corazón diciéndome cuándo la caída
habiendo sonreído a la humilde sonrisa de Kafka
habiendo pensado ahí donde estoy es el amor que falta
habiendo merodeado de par en par el instante rosa del cielo
habiendo dicho tú pierdes tu vida
                                                        habiendo escrito este poema






PARA DECIRLO TODO

Tú que te sacudes al oír tu nombre
tú por quien pensar busca qué pensar
tú que te jactas y desesperas cada día
y cada día retornas raíz en tus olores
tú con esa risa brusca donde el negro se invita
tú que mirar llena pero vacío inagotable
tú que tartamudas por amor imposible y decir absoluto
tú que una araña mano de noche en la pared hace gritar
tú que te measte más de una vez en el agua por lo tibio
tú el asesino in petto el torcionario platónico
tú el alucinado siempre niño por una mujer desnuda
tú el caído del cielo que se abandona por éxtasis
tú lentamente que haces rodar tus bolas entre tus dedos
(parecen pensamientos) tú que metes el infinito
en un pájaro en una mirada en un porte
tú que te compones y perfumas en temor de lo podrido
tú que difieres sonriendo la delicia de cagar
sonriendo más de una vez tú que tragaste tu jugo
(que decepción) tú el loco de aire el loco de agua el loco de nubes
tú el sin corazón el llorón hambriento de pesar
tú el impostor que no sabe casi nada de lo que sabe
tú el celoso tú el vacante tú el estribillo
tú que canturreas por esperanza y ¿qué más?
tú que hablas por nada por la voz por el ritmo
tú que envías estas palabras lejos de ti hablar de ausencia
tu ves aún tú no habías del todo dicho todo



CADA PASO

A cada paso lento fuera de los pasos
fuera de los pasos fuera del paisaje
uno hala a cada paso más lento
fuera de sí toda la imagen
para ir al recuerdo
viajero que regresa adelante
sin moverse del enorme instante
del cual cada paso a cada paso nos separa





Ludovic Janvier. Poeta, ensayista, y novelista francés. Autor de una vasta obra poética. La revista POESIA de la Universidad de Carabobo en su número 148, rindió homenaje y reconocimiento a la vida y la obra de poeta. La traducción de los textos corresponden al poeta François Migeot, y Judith Alvarado. 





viernes, 25 de septiembre de 2015

QUIETO


 Por Alberto Hernández



No creo que la poesía deba preocuparse por imitar violentamente los horrores de nuestros tiempos. El horror es algo que se da por hecho, el desorden es cosa de todos los días; la gente en general se halla en él más “a sus anchas” mientras los escondites se van agrandando. Añoro los poemas de una armonía interior en evidente contraste con el caos en el que existen (…) pienso, por ejemplo, en “Passages” de Robert Duncan, en “Book of Nightmares” de Galway Kinnell, en algunos de los poemas más recientes de Robert Bly, en los poemas de ira negra LeRoi Jones; y todos ellos, incluso “Aullido”, están intrincadamente estructurados, no caotizados. La fuerza está ahí, también el horror; pero están ahí precisamente porque son obras de arte, no vanguardismos autocomplacientes. Poseen la “armonía interna” que es todo un contraste ante la confusión que los rodea

Denise Levertov


 
1.-

Me amparo en una lectura multiplicada. En la inquietud confusa contenida en la intención del autor. Configuro una dosis de imágenes y me desintegro en cada uno de los textos de Quieto (Kavrial, editores independientes, Barrio Güere, Valencia 2014), libro con el que Víctor Manuel Pinto establece sitio y tiempo para la poesía en estos días de violencia y locura colectiva. Es un libro que contiene la violencia propiciada por el caos, por los tantos ruidos y sonidos dueños de un estadio histórico, en el que ese factor de desequilibrio hace de la poesía una deconstrucción de nuestro fuero ciudadano. O mejor dicho, un libro que contiene la violencia de la calle, el estupor con que se mira la rabia animal de una geografía humana que cada día es más dolorosa, pero concebida desde la posibilidad de alcanzar un ritmo que pueda organizar las reacciones de los tantos recursos que transitan por estas páginas. Recursos descifrados por la cotidiana visión de quien ha tomado la calle y la ha hecho su punto de observación.

Este libro de Pinto, dividido en tres partes (Vida Diávolo, Quieto y Gang Bang a la Musa) conforma un tránsito en el que las voces de Enriqueta Arvelo Larriva, Ramón Palomares, Pedro Luis Hernández y Ana Enriqueta Terán se hacen parte de la estrategia de quien –con voz desnuda- enfrenta los distintos momentos de un síndrome tan cercano a la muerte. No se trata de una justificación, como dicen algunos que han ojeado estas páginas, de un arranque de indagación: este es un libro en el que el autor, muy hábilmente, desde varios puntos de su sensibilidad, ha anclado en la violencia que vivimos. No es un tratado convencional para tratar un mal curable o incurable. Estas hojas contienen toda la sociología de nuestra realidad más próxima: estamos en medio de una sinrazón que Víctor Manuel Pinto ha convertido en palabras, en una poesía con una lectura pero con la osadía de hacerla múltiple. Y afirmo esto porque el autor ha concebido la estructura del libro con la intención de hacernos parte de la presencia de otros autores que le tocan de cerca, no tanto por el tema que visita sino porque encuentra en ellos un bálsamo para apaciguar el demonio de su desenvoltura. Pese al carácter del autor en otros trabajos, me someto al escrutinio de decir que este libro se escribió con la agudeza de quien se sabe parte de un paisaje en el que pocos salen ilesos, pese al verso de la poeta Arvelo Larriva: Voy solo con mi ritmo y mi estambre y mi aguja, pero a continuación el autor -en cursivas- descarta el carácter sublime, casero, de la poeta llanera y luego ingresa en un discurso lacerante. Esa vida del diablo, endosada a algunos títulos, conduce al lector a levantar las manos y a mirarle la cara a quien lo apunta con un poema: Brillante entre mi puño / hacia un hombre que imagino // Pistola de la venganza: / Con ella los derribaré. // Pistola de la justicia: Mi cobardía, el “mí” que posee todo: / tú nos amparas. // Un milímetro apneas, / así de poco alcanzo a ver / el verdadero calibre de mi cuerpo…” La oración / letanía roza la de los nuevos iconos de la Corte Malandra, tan en boga que hoy hace gala en nuestra narrativa. Páginas atrás, el útero de la corte, el entorno, la Barriada donde viven y se nutren las larvas de la formación de carne / que habita el cuerpo de columnas y paredes. Un arriba donde el cuerpo se deshace en acciones brutales, carnales, interjectivas. Un espacio que sube hacia las voces de una esquizofrenia suficientemente revelada: Obedientes a esa voz podría traducir muchas voces. Y he allí el diccionario que las contiene: sincero / falso / de madre / de mentira / ¿real? / inmortal / imaginaria / de rico / de pobre / dura / ligera / tengo hambre / sueño / miedo /. Voz, voces: arriba en el cerro, arriba en la conciencia, arriba en la cabeza. Un punto cardinal con un solo punto de partida.

2.-

Una breve historia, fórmula escolar que tiene en la marca de la tiza la nostalgia de otra voz: Ella me enseñó a obedecer con el brazo recto una distancia de mis amigos (…) ¿Qué hacemos con el cuerpo nuestro? ¿Qué hacemos con el muerto de cada día? Me desarmo y busco mi forma real. Buscar: ese verbo que odia. Aquí habla un alguien cuya crítica va más allá del poeta: una metástasis del libro¿Con quién habla esa voz? ¿De quién intenta formar parte? Desde ese instante abre un programa de estudio. Sin lista de cotejo: contenido escolar y colores que arrojan significados y una fábula recitada propulsiva de la violencia que ya se ha dicho: Frente a la muerte / Nadie vio nada / Nadie habla / Nadie confiesa la sensación de estar vivo (…) del cuerpo tirado a un lado de la vida. Esa metáfora en la que vida y muerte se alimentan posibilita el poema: deconstruye, construye, organiza, elabora desde arriba, desde el lugar que ha escogido la voz del poeta. Y así, entre otros colores, miradas, pensamientos, el amor, una mujer.
3.-

Podría parecer panfleto, una decisión tomada al arbitrio de la desazón, porque la tierra que pisa quien habla no es una tierra de paz. No es una tierra amable. Es una tierra de palabras que desarman, hieren, cortan, queman, marcan. Palabras que pueden conducir a la muerte. El poema es signatario de tal profesión: quien usa las palabras es dueño de sus acentos. Tierrúo traduce cubierto de tierra, vivo pero enterrado, desterrado, alejado de la tierra que no cubre la infamia de otros cuerpos. Gente de barro: Siempre pensando en lo que no soy, / siempre penando en la forma del mundo / lejos de la tierra que ensucia / los “zapatos” y los estantes de vidrio / donde caído dibujo una rueda: // -subir y bajar la cerveza / -subir y bajar la escalera // la rueda del sol igual ayer / igual hoy. (Me aparto un momento del libro de Víctor Manuel Pinto y me acerco a este texto de Juarroz: Tal vez la poesía nos salve todavía del infierno de los habladores profesionales. Y me apresto a no salirme del termómetro del país que habito: tantos habladores profesionales, recuadradores de círculos, apañadores de la muerte, transgresores de los dioses, violadores del pensamiento ajeno, tribunos y consejeros de ocasión. La poesía, esta poesía –que duele al estilo de otros poetas por no compartir su tono, opinión que se entiende- no da tregua: sabe disparar. Y lo hace desde la mano que sostiene un arma hasta la emoción que desactiva al agresor). En “Tiroteo” el lector puede escoger. He aquí una pequeña muestra: Es la mente / que iguala un tiro a una fotografía / Es la mente / que iguala a un tiro a un golpe duro en una lata. // Es el pensamiento a pesar de nosotros / que nunca sentimos su arrastre y nos revela: // -lavando sangre de la calle / -golpeando a un hombre en la boca / -recogiendo al amigo / hablándole a su fotografía… Los gerundios conservan la memoria. El poema se abre en Atraco. Se hace crispación: -Quieto / contra la pared. // Me cuesta soltar mi nombre. // El mío que desorbita con violencia los ojos / cuando asalta al cuerpo en quietud…El texto habla desde el miedo, desde la ira, desde los músculos que tiemblan. El poema tiembla.

Quieto, Kavrial Editores Independientes, Barrio Guere, Venezuela, 2014. 
4.-

Y luego la causa de todo, la enfermedad que consume desde los huecos de la voz. El autor relata, cuenta la historia de un alguien que vive en el alcohol. Sus caídas, su violencia…podría parecer un simple devaneo: alguien está allí. Ese que habla existe. Por eso hace del poema una reacción en el lector avezado y avisado: qué me puede importar. Pero el poema trastorna, como un golpe. No se trata de una admonición. No se trata de un consejo. No se trata de Alcohólicos Anónimos: el poema tensa las venas e irrumpe rabioso sobre el papel, como un animal lleno de pegostes: / de tragos secándose / de orine secándose. Y el Crack, otra enfermedad: Maldita piedra de la esquina de perder el tiempo: / yo soy esto hoy / yo seré aquello un día / hasta creer / hasta caer. Asoma la muerte su hocico. Un perro con las mandíbulas puestas a buen resguardo. Un dóberman. Un perro con bozal: la imagen desequilibra. Podría arrastrar una metáfora, un signo inequívoco: Corazón, vuélvete un perro negro. Y en orden alfabético, nombres, temblores, huecos, dolores que conducen a un viaje en autobús. El paisaje es una indagatoria: ¿Qué hago sentado aquí? / Sobre una rueda contra la tierra (…) ¿Qué hago caminando en la otra acera? / ¿Quién me abrió la boca?. Una constante temática convierte a los lectores en testigos de nombres que han subido a un colectivo y han elaborado un paisaje desde el adentro de la máquina: narradores y poetas que imbrican las palabras con la eternidad o con la voz de otros paseantes. ¿El destino? La mirada se inscribe en la presencia del pasajero, del chofer. De la música alta y de un asiento vacío donde la quietud es imposible para quien se desahoga en un verso. La droga, la cocaína, Fruto de la tierra del Diablo, devela una crítica dura, despojada de asombro. Es tan real que conmina a nombrarla sin adjetivos. Y el niño que regresa en los juegos del recreo. El niño que pasa rasante por las páginas a través de tres instancias y ahora entra en la parte que le da nombre al libro.

5.-

Que no imagine el lector. Ha quedado atrás todo lo dicho. En este poema, que copiaré íntegramente, hay otra inflexión. Se desliza un cuerpo, una voz que crece en otra:Un bloque es la base para la construcción / de un hombre que se hace / desde los glúteos a la nuca. // Quédate un poco más conmigo / ahora que bajas la escalera / hasta mi cuerpo. // Me haces ver que estuvo tiempo tibio / y no lo sentía ni en mis manos. // La sala está vacía. // No quiero pensar en una montaña / cruzada por una nube suave / pero va y viene. / Quédate un poco más conmigo: / en mis piernas, / en mis brazos. // No hay nadie en la sala, / y estoy por ti / sobre el bloque / acompañado. Ese quieto ya no perturba. Gang Bang a la Musa es un poema en inglés dedicado al poeta norteamericano Sam Hamill. Es un Canto a Ginsberg. Un hombre lee Hojas de hierba sobre la grama y bajo el cielo blanco. Un hombre lee el poema de Whitman y conoce a las hormigas, las hormigas negras que caminan sobre la tierra. Una visión triste, apenada. No canta por el peso de un pecado. Sólo lee un viejo Canto. El poema se desliza en homenaje al autor de Aullido. Y no le queda otro destino que estar bajo las nubes, en la tierra, entre las flores, a plena alma. Un poema que se trasluce y traduce solo, en medio de la belleza casi blanca. Finaliza nuestro autor con varios textos en prosa. Poéticas que acomodan al lector en otra instancia. En otro espacio. Quieto es un libro de cierta complejo estructural por la forma de armarlo y provocar diversas posturas, toda vez que al ser una se multiplica y reconstruye en cada texto. Quieto es un vertido de voces sobre un país sordo.

viernes, 31 de julio de 2015

Gelindo Casasola






Poeta, Gelindo   Casasola  (Udine,  Italia, 1956 -  Mérida, Venezuela, 1980) 







LA VIGILIA

He soñado con prados amplísimos
donde el deseo ya no esté.
¿Soy yo acaso esa ilusión
que pienso? Enrarecido entre las
amapolas y entregado a la belleza
de las imágenes que estallan
bajo un cielo tranquilo.

Los deseos antes eran sencillos.
O tal vez más complicados
pero es difícil saberlo.
Nada sé ahora, únicamente miro
las nubes.

Hay poetas de extraña versatilidad
para la mentira. Yo miento
la verdad  Ella se presta a los juegos
de las formas y a la desolación
de la vida en un día tranquilo.
En realidad todos los días son
tranquilos. Me admiro de mi indiferencia
ante la dificultad de las cosas
pero las cosas son difíciles
sólo en apariencia. No deseo
ya.

Los deseos son más preciosos cuando
no pueden cumplirse. Son
como el agua fría. Como
el hielo el deseo se disuelve
a medida lo conocemos, si es que
alguna vez llegamos a conocerlo
tal un paisaje vespertino.
Son los paisajes más hermosos.
Así me retiro de la comedia.

He soñado dije, ardientes soledades.
Pero mi vocación de solitario
desaparece al alba cuando los marineros
salen a la mar enfurecida y yo
duermo. Y la alabanza por todo
lo que malgasto en vigilia
se hace entonces monótona:
como monótono es vagar en los
jardines y perder los días
como los años. Mucho he perdido
jugando así pero sigo siendo
esperanzado.
Ello es bueno.

Estar despierto en la noche sin
nubes y preguntarse porqué ellas
en este momento no existen
ha sido mi oficio durante años.
Ha sido mi oficio verdadero.
Y las amapolas siguen estallando
en los campos y no son magnolias
como creía el pastor nocturno.
Son amapolas.

Mi vigilia es siempre taciturna.
Me pregunto qué la habrá hecho así
porque podría hablar con
las piedras: o con los gnomos
que aparecen siempre.
Pero soy un gnomo, me olvidaba;
por ello no duermo.

Hay una hora tan oscura antes de
la luz. Me recuesto a los árboles
y sueño otra vez, ahora verdaderamente.
Sueño





De  Pasturas (1980)










jueves, 16 de abril de 2015

MECÁNICA



Por Diego Sequera



Con ese título, la obra de Víctor Manuel Pinto obtiene el premio único del Concurso Internacional de poesía “Ciudad de Valencia” en su edición del 2005. El premio se lo atribuye un jurado compuesto por la poeta mexicana María Baranda, el poeta argentino Martín Gambarotta y Adhely Rivero. Obtiene mención un libro titulado Somos pájaros circunstanciales en el cuerpo del horizonte de Luis Aníbal Velásquez, cuyo seudónimo, 1.506, recuerda al X-504 de Jaime Jaramillo Escobar. Libro que llama la atención y que llama la atención y que seguramente espera una lectura mayor. Como también Mecánica lo amerita. Apartando el tono Picón Salas del asunto caigamos en materia.


Ya el epígrafe de Antonio Trujillo que inaugura la obra, marca una clave que puede orientar hacia los intersticios del universo donde se desarrolla este libro: Allí/hunde su destino//arma/otro universo. Como bien se sabe, el trabajo (con él la conciencia de oficio) y las condiciones materiales que lo configuran, erigen un universo, una cosmovisión del mundo donde el individuo se desenvuelve. El de este libro es un universo proletario. Sus aspectos exteriores (materiales, objetivos) y el impacto emocional (el amor del hijo, el candelazo que propicia el relámpago del recuerdo y la imaginación creadora en un mismo impulso) parecieran imbricar una dialéctica del mundo, de los movimientos exteriores e interiores, donde el dolor (dolor social, empático, solidario, profundamente familiar) puede entrecruzarse con un reflejo estrictamente individual, íntimo, constelando así, tal vez, una de las fuentes esenciales de este libro a su vez soportado por una unidad atmosférica, de flexible armazón temática. El tema se desplaza maleable en todos los significantes que puede recoger el lector (o para quien escribe): imágenes de alcanzada profundidad, fibra argumental y reconciliación del alma por su único camino: la solidaridad de lo comprendido más profunda y soterradamente, más homenaje al hombre sencillo que elegía en tiempo pasado, a lo perdido.

Desde una ventana de taller
Las manos forjaban tiempos mejores

Tales palabras cifran el inicio del primer poema y del poemario como tal. A ellas se ciñe la mirada del poeta en el desarrollo del poemario, en la forjadura de la imagen del padre. De sus desvaríos y devastaciones, de sus resistencias al tráfago de una vida que en cierto punto termina dialogando con la desesperanza y la desolación antes del mundo en general. Es también la imagen (con todo su peso) del hombre modesto, tenaz y sencillo que en la lucha por ajustarse (o no) a las leyes de la normalidad (de la siniestra normalidad a la que nos tratan de relegar siempre) donde por la misma fuerza de las cosas termina siendo a la vez el vencido y el vencedor de pequeñas victorias, pequeñas alegrías; trazados por la mirada testimonial del hijo. Y aquí podemos hablar más en serio de otras de las fuerzas expresivas que el presente lector (quien escribe esta nota) logra atisbar: otra de las corrientes interiores que fluyen en el libro por otro cauce también dialéctico en sus resoluciones: el eterno antagonismo entre felicidad y capitalismo.

Desde una ventana del taller
las manos forjaban tiempos mejores

la ciudad
las calles crecen
y el trabajo se hace más
y menos a los hijos
que también saben hacer tamaño

ahora grita sin necesidad
patea las herramientas
fuma en el baño

sabe que llueve por dentro
y le será difícil aflojar esa tuerca

si se pasa mucho entre motores
y piezas de hierro
el corazón puede tomar esa forma

Bien sabemos que la vida en general es un proceso de transformación, pero puede que aquí sea uno de los vectores donde la palabra libertad cobra sentido (como siempre en su ausencia): la libertad (y el derecho) a transformarse de acuerdo a la voluntad que motoriza al espíritu solamente sometido por las irrefrenables leyes de lo natural, pero que en su hecho real se transforma especialmente debido a las condiciones económicas que motorizan a la colectividad. Palabras que suenan a empirismo ramplón, sí, pero también permiten elaborar una armazón abstracta de una de las tragedias del devenir. Y basta de Rousseau.



yo bajaba su vianda
aquellos días en que se reparaba
y él comía con noche en los dedos
diciéndome que tuviera otro oficio


Todo hombre recuerda una tarde con una mujer
y él la cuenta sin pensar en el dolor el banco y las heridas
el matrimonio y el abismo vendrían después

(…)

abro la boca de un carro
y el abre la suya
si el aceite no llega a la maquina se funde
lo mismo con la mujer

no entregue toda la saliva el bolsillo

míreme

no vaya a quedarse seco
como esos palos de cementerio
clavado entre tanta cosa muerta

Si por otro lado observamos el estilo del poeta, su ética ante el lenguaje, se puede coincidir en parte con el veredicto del jurado, y su respectivo tonito diseccionado: (…) Una propuesta de lenguaje directo, preciso y sencillo para tratar su universo cotidiano. Ahora bien, y sosteniendo lo que se decía con anterioridad, relegarlo a una cotidianidad exclusiva, separada y disociada es perderle el trabajo al otro eslabón que construye tal universo cotidiano.  De forma subrepticia, poco manifiesta hace presencia la conciencia de clase, puede que hable, sí, de una cotidianidad, pero tal cotidianidad es aquella fibra creadora que siempre nace de la estética de lo mundano y de las unificaciones rutinarias del mercado, por decirlo grosso modo, del abrazo a la materia, como diría Juan Antonio Calzadilla de otro poeta. La construcción está imbuida de un fuerte carácter visual, muy cercano a  un objetivismo personal, al estilo de un Charles Reznikoff o de un Igor Barreto en sus primeros trabajos, o incluso de Adhely Rivero:

Los hombres del 2.º turno de la fábrica de válvulas
soplan el frío de sus manos y se reparten cigarrillos

al encenderlos aparecen sus caras sorprendidas
por lo veloz y duro de las cosas

se parecen a mi padre
que a veces trabaja llevándolos a sus casas

un domingo lo acompaño
a fumarnos las 10:30 y me cuenta cosas
grandes cosas sobre ellos

pero se ven tan pequeños
bajo el galpón de donde salen

bajo los impermeables de plástico
bajo esta llovizna que los borra

y no alcanza a lavar el parabrisas

Si a partir de las primeras páginas se especula un poemario de universo masculino, centrado exclusivamente en las imágenes que conforman al padre, tal hipótesis puede rebatirse inmediatamente con la aparición de otros personajes que entran en escena y elaboran y complejizan un nuevo esbozo del recuerdo, que podrá tener de eje al padre, sí, y que culturalmente siendo el padre el “hombre de la casa”, activa los desplazamientos familiares, la presencia de la madre en todos su desesperaciones y tristezas, vaivenes y reconciliaciones, tormentos (o tormentas) que se manifiestan en un orden doméstico; que la presencia de la hermana está siempre en fuga, y el hermano en el reencuentro; todos los personajes son evocados por la voz que hila el sonido y la imagen, para así elaborar el retrato de la familia, retrato que siempre vamos a encontrar en eterno desplazamiento, con toda la finitud de las cosas y la aprehensión de aquello a lo que se le impone un ideal de estructura (familiar) rígido y cimentado en la permanencia. Otra de las falacias del mercado, y que en el lenguaje de la resistencia se traduce en la aceptación, en la conciencia de lo natural, y aquí entroncamos con el concepto de naturaleza con que se quiso definirla en el empírico comentario al principio de la reseña.




En las generaciones que nos preceden, siempre se encuentra irrevocable (e irremediablemente) el paso de la historia, además del de la (su) historia individual, que no es más que la misma (en minúscula) pero desde adentro. Por lo demás, libro que en su conjunto, al sumar las partes, en su mancomunidad reflexiva, deriva en canto a la nobleza del oficio, a la eterna capacidad popular de conseguir dignidad y vida a pesar de todo, a pesar de las imposturas del mercado, de la cultura de la combustión que, nuevamente, los hace a ellos (en este caso, los mecánicos) en sostén invisible de la dinámica social (su mecánica), para aquellos que conducen y ven la vida sólo tras el volante, y que sólo se quejan y comunican usando la corneta:

él siempre tuvo
camino entre el desorden

Tal vez sea un primer trecho recorrido por el poeta a su propia infancia (re)creada, fin último y supremo del espíritu: primera curvatura que es la vuelta completa a la casa de la partida. En recuperar con toda cicatriz la imagen del padre (y la madre) que es uno mismo. Y que sólo la carne de la palabra trasciende.

este es mi viejo
el que sabe descifrar la música
del vientre de los zancudos
y me dice
       escucha…
       es el silencio



A P Ó S T A T A


Narran los evangelios
que Jorge I, el Apóstata
llamado así por sus contemporáneos
El Apasionado
fue el colorista más puro del Neguev
y que cantaba en el amanecer
las canciones más bellas
mientras los Elegidos fornicaban

Enrique Chaparro Mesa




La poesía como religión

No conformes con todo el daño y las atrocidades que han anegado de sangre los ríos históricos de nuestra especie en nombre de las religiones, y no satisfechos en la actualidad con la evidencia de la más terrible ignorancia ante las decapitaciones, los disparos a la cabeza a cuerpos amarrados y arrodillados, con los bombardeos a ciudades enteras, con los centenares de niños, hombres y mujeres heridos, muertos y desplazados por las guerras políticas dizque santas, resultados de innumerables divergencias e injerencias de naciones potencia que propician la manipulación retorcida de los sistemas de regularización y administración del poder militar, económico y social de las naciones menos aventajadas. No saturados con ese ensangrentado telón que consumimos diariamente en la representación mediática de las disonancias entre las creencias espirituales de los pueblos, sus literaturas y sus cultos, disonancias que comen y vomitan sangre, que marchan sobre cadáveres a diario, en nombre de sus dioses imaginarios respaldados en bonos, en oro, en papel moneda dentro de sus lujosas arcas, bancos y depósitos. Aun así no estamos hartos y vamos más allá, queremos más, un Dios, una Diosa, y dopados con el vaho edulcorado del argumento fácil y alegre, hemos insistido en catalogar a la poesía como la última religión del planeta; azorados por un misticismo hueco, queremos elevarla como la axiomática y verdadera religión de la humanidad. Nada más preponte, nada más absurdo. Religión. Ninguna palabra sobre la tierra más desconocida.




666

Necesitaremos un símbolo para la ignorancia, la injusticia - qué difícil fue definirles la justicia -  cuánto costó evidenciarles lo más sencillo. Esa ceguera, lo que no verán ni aun frente a sí mismos en los espejos que amarán, que temerán, eso inverso al propósito que pueden alcanzar por las facultades de las que fueron dotados, eso que no les dolerá al instante como la bala en la carne del tiro, pero que al frío, al parar sus locas carreras les arderá, la herida que les llorará, que los enloquece, eso que puede llegar a poseerlos en el instante del remordimiento - santo momento -  hundiéndoles más, volviéndoles a desviar del camino hacia el cumplimiento del propósito que pueden alcanzar por las facultades de las que fueron dotados, eso necesitará un nombre. El motivo por el que se avergüencen en su soledad más íntima, oliéndose los genitales que relamen, y el sudor de los pies cansados de buscar, eso que les impida buscar, que les quite la sed con vino y los acaricie diciéndoles que han llegado, que son bienvenidos en esta Casa, eso que les convenza de lo que son, eso que les reafirme lo que no son, eso que represente la mayor traición, la más terrible, el abandono voluntario del camino hacia el cumplimiento del propósito para el que fueron hermosamente dotados, eso necesitará un nombre. Todos quieren ser ángeles…démosle uno que les impida ser uno.




Hombre Rey de la Casa


La carta del Diablo en el Tarot Rider-Waite, ilustra a un hombre y una mujer, encerrados y estáticos en la baraja de su espacio, detrás de ambos está el Diablo sentado, sosteniendo a Saturno, regente de Capricornio, en una de sus manos. El hombre y la mujer están desnudos y encadenados por el cuello al pedestal donde se yergue el Demonio con sus alas abiertas. Ambos están unidos al mundo por la cadena, esclavizados por las pasiones inferiores a lo material. Un pentagrama invertido flota sobre ellos en la carta, simbolizando al hombre cabeza abajo, connotando como fuerza opuesta o activa, la firmeza y la quietud a través de la meditación. Ni el hombre, ni la mujer encadenados pueden ver, mucho menos sentir, que el nudo que les cuelga de sus cuellos es amplio, que está flojo. Como si la ceguera, resultado de la esclavitud a sus pasiones ordinarias, les impidiera ver la posibilidad de su liberación, ese mínimo esfuerzo que les permitiera al menos percibir la condición de servidumbre a la piedra de ilusión a la que están encadenados. 






La poesía de Carlos Enrique Osorio Granado, es una creación resultado de un esfuerzo arduo y continuo por una necesidad de liberación interior. Sus textos nos dejan el sabor del instante que perdimos encadenados a la inconciencia del Diablo que nos lleva, pero nos ofrecen amorosamente una posibilidad, siempre remitida a la calma, a la firmeza, a la percepción de estar inmersos dentro de las pasionales corrientes de la mente, de los instintos; sin autoflagelos, un poema tras otro levanta un escalón más en la enorme escalera a lo desconocido de sí mismo; es una poesía llena de esperanza, todo esto, con una austeridad no poco compleja en su lenguaje. Sus poemas gozan de la elegancia que suprime cualquier cariz religioso, aun cuando su trabajo evidencia una constante pregunta, un inmutable cuestionamiento interior cimentado en su fuerza espiritual, nuevamente, sin la brillantez artificial de la baratija mística, sino más bien con su olor natural, con su acento lingüístico y circular en la forma, breve y precisa. Su persona, su máscara, no se ofrece a los salones y las orgías egotistas del antifaz del renombre literario. Su trabajo ha sido silencioso y exigente. Para quienes han recubierto a la poesía con el oro anacrónico de las medallas y los altares de la misma artificialidad religiosa de hoy, para los santos escribas, para los monjes ebrios, para los lectores de papas muertos, el trabajo de Carlos Enrique Osorio Granado, es la obra de un apóstata, uno que decidió no seguirlos en su ritualidad hipócrita. Ha dedicado gran parte de su vida al trabajo editorial y la enseñanza a través del taller, de la consulta, de la amistad, del concejo diario. El cuerpo, más que un motivo o símbolo, pesa casi con todo su tamaño en sus poemas. El cuerpo es la tregua y la lucha, la ausencia y la casa, y el hombre que aguarda, cae y se levanta, trabajando para reinar en ella.







Víctor Manuel Pinto










Los poemas incluidos en esta muestra pertenecen a los libros Saravá (1988),  Albricias (1992), Caminería (1998), Amatoria (2004), y Azimut y el camino (2013). De este último, se incluyen fragmentos del libro El camino, como parte de un conjunto de reflexiones sobre la escritura de poesía, y concejos para jóvenes poetas.