jueves, 19 de febrero de 2015

Trabajo con Espejo


Selección para Stand Up Poetry


Imaginemos que un hombre se esconde detrás de un espejo vertical exactamente de su tamaño hasta no verse una sola parte de su cuerpo, hasta ser totalmente invisible a la vista de cualquiera que frente al espejo se detenga. No conforme con ocultarse, el hombre detrás del espejo también decide hablar, y comienza a repetir monótonamente: Yo soy quien acá se refleja. Lo repite incansable hasta parecer que el espejo tuviera voz propia. Lo repite y permanece allí, esperando a su primera víctima. Supongamos que un día nos encontramos frente a frente con ese extraño espejo, y que al escuchar esas palabras que pronuncia nos obligue a quedarnos en silencio, detenidos ante nuestro cuerpo, observando como la superficie del espejo instantáneamente nos devuelve cualquier gesto o movimiento mientras escuchamos ante nuestro reflejo a esa voz monótona, esa afirmación tan brutalmente lógica, esa voz detrás del espejo que nos comienza a ser familiar y propia, en relación al embelesamiento, dulce o amargo,  con nuestra imagen.

Imaginemos que la afirmación del espejo se hace nuestra hasta creerla, tanto, que ahora la pronunciamos con la propia voz, con la lengua muscular e idiomática. Ahora el eco del espejo se hace sonido saliendo de nuestra boca y toma forma con signos que garabatea la mano. Obedecer a la voz que se inoculó a través de nuestro propio reflejo: esa es la magia del hombre detrás del espejo, hacernos creer que su voz es la nuestra usando nuestro imagen como refuerzo a su favor. Nos infiltra y mina con su resonancia una y mil veces, tanto, que ni siquiera notamos como paulatinamente variaron sus sentencias y afirmaciones, así, el Yo soy quien acá se refleja se transformó en  yo soy quien acá decide, ama, escribe, yo soy quien acá vive. Cada uno de nuestros actos y pensamientos, quedan subordinados a la voz del hombre oculto, cada asociación mental viene ligada a su monotonía, la palabra Yo es el prefijo de su brujería. La voz detrás del espejo se hace incuestionable en nuestro propio universo imaginario de realidad, la voz construyó también una subjetiva estructura moral, reaccionaria a cualquier postura opuesta a lo impuesto por el embrujo. Nada ni nadie puede contrariar lo que por mucho tiempo una voz a través de nuestro propio reflejo nos ha dicho que somos, una voz que de tanto escucharla le brindamos toda la confianza. Así de poderoso es su truco barato.





El escritor de poesía por lo general comienza desde allí: su escritura (matizada por el motivo que elija o lo elija) parte desde la intuición de una  enfermedad que arroja el síntoma de una desintegración que no logra espejarse a la naturaleza integrada de dónde provino. El escritor de poesía escucha el Yo que nos dice ser, el Yo de todos los actos y circunstancias, escucha incesantemente y hasta sin quererlo a la voz detrás del espejo; forcejea con ella por un tiempo, se hace el sordo, le toma dictado, le desprecia y se enamora, conversa a solas, necesita de su permiso para dormir, para actuar. El escritor de poesía por lo general comienza así: batalla con la xxxx de ese Yo de las ficciones, el mismo Yo que imagina a un hombre detrás de un espejo, luego pacta, negocia de acuerdo a su espectro de tolerancia de egotismo, y por último muere al creerle.


El poeta, por otro lado, busca afirmar a partir del sentimiento de desintegración el convencimiento real de su propia y limitada existencia más allá de la personalidad;  su batalla es a través de la negación que supone su esclavitud a la obediencia de una voz que no le es suya, y la voz que emerge precediendo a la escritura para nombrar-representar el resultado de las percepciones y los estímulos, accidentales o voluntarios, el poeta conoce esa diferencia, y el esfuerzo para desarrollar la amplitud del sistema sensorial como instrumento estabilizador para un sentimiento de presencia más profundo, más sentido, a diferencia del estado sensorialmente limitado en el que vivimos debido a una atención igualmente desintegrada en un todo masticado por la cultura. Todo esto, además, con su lengua materna, y las mutaciones propias de esta.



Víctor Manuel Pinto






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