Víctor Manuel Pinto
En el cuerpo
transcurre otro mundo sin que lo notemos. Apenas percibimos señales de ese otro
movimiento de la vida: una urgencia fisiológica, una reacción emocional, un
malestar por el decaimiento del sistema inmunológico, el hambre, el sueño, y un
enorme y complejo sistema de emociones que osamos creer conocer a la perfección, se mueven sostenidas por la
respiración continua que también asumimos automática, sin milagro. Ella, la
respiración, está allí sosteniéndonos, y mantiene activo a ese otro mundo de
carne, huesos, vísceras y mucosidades, al que se pliegan vías tan sutiles, inteligentes,
y tan delgadas, como los pequeños cables de las viejas minas antipersonales tendidos
y escondidos entre los árboles, así van esas vías, tendidas y escondidas bajo
nuestra piel. Así, camufladas muy adentro están las ramas nerviosas de las emociones,
nuestra imaginación de los sentimientos, la certeza de ser dueños de lo que
pensamos, y todo se activa a cada roce, a cada visión, a cada estímulo del
mundo externo, y relegamos gran parte de nuestra atención a todo lo que interpretamos y creemos y asumimos como real o falso. Saboreamos hasta lo amargo a los
motivos de cualquier renuencia, de un disgusto, de un disparo de placer. Somos
la mula andina cargada de nuestras visiones intransigentes y exactas, y somos
la mula narcótica, cargada de alucinaciones. De los Andes, de Tovar, es el
poeta merideño Jesús Montoya. Su primer libro de poesía Primer Viaje, es para leerse de un golpe y en voz alta, para cantar a la orfandad del hombre por
encontrar su propósito más esencial, por sentir lo milagroso de su cuerpo, lo
extraordinario de su propia vida, de su respiración. Montoya, aparece lúcido y
loco frente al reflejo de un enorme pico nevado, Mérida, en su belleza, en su
precariedad es el espejo de su movimiento interior, su alegría, su desenfreno,
y su reclamo; de ella emerge el canto,
y contra ella arroja la piedra, y en sus pedazos, como lagunas frías, aparece
su reflejo fragmentado, su condición, nuestra humana condición de sueño. Primer viaje, es entonces el trabajo, el
canto por unir los pedazos de lo que
es, de lo que somos, con el cuerpo conscientemente alucinado como el territorio
del viajero: Respira, emergerán mis ojos
serenos detrás de la locura. Nos escribe el poeta.
Mientras leo, de un
golpe, un tirón de la memoria me lleva al siglo pasado. Serpenteamos pequeñas
carreteras mojadas por enormes cascadas. Mi padre, mi hermano y yo, por primera
vez viajamos juntos. Una cruz enorme y blanca protege al cementerio de Las
Piedras al este de Santo Domingo. Estoy mareado, estuve mareado toda noche y ya
hay luz para ver esa enorme cruz en lo alto. Mérida, su altura, sus páramos y
su niebla era la imaginación de un sueño. Allí sentí la pequeñez de mi cuerpo,
estimulado por una botella de anís barato, frente a una verde montaña altísima
erizada de pinos por el frío. Todo el viaje desde Valencia a los Andes la boca
hablaba, el cuerpo se movía, los
pensamientos en su masa de imágenes se deformaban y armaban variando el sentido
de todo, pero allí, frente a esa montaña de la Mérida del poeta Jesús Montoya,
comenzó un viaje hacia lo que
sostenía toda esa confusión, toda esa conmoción, toda esa alegría que me
enmudeció frente a ese monumento de piedra. Quería decir, quería hablar, - estaba
solo – apenas un río y sus truchas, apenas la botella transparente, el anís
Cartujo transparente, sí, estaba solo conmigo, era el primer paso de un viaje
agotador e irrenunciable.
Aquella noche, en mi cuaderno
de anotaciones no quedó ninguna palabra, no sabía qué, solo tracé una línea
diagonal que subía y al llegar a lo más alto de la hoja, otra línea diagonal que
ahora bajaba. Jesús Montoya, nacido en 1993, estudiante de Letras en la
Universidad de los Andes, años después, muchos ya para mí, con la sencillez que
lo caracteriza, con el cariño que generosamente siempre me ha brindado, tenía
las palabras que en esa primera y viciosa juventud, en aquella primera y
mareada visión, en aquél primer viaje a sus montañas, no pude encontrar, y era
sencillo, tan similar a respirar y hablar desde la impresión, pura, sin
artificios: Fíjate en mis ojos, están
vacíos.(…) Fíjate en mi pecho, arde
(…) Fíjate en mis manos, están hermosas.(…)
Ven, escucha el corazón en alguna parte
del abismo / abriéndose en mi suerte,
/ su altura es mi abandono. Así, lo
escribió Jesús.
La escritura de Primer viaje es animada, y como subir a pie lento una montaña bien
doblada hacia arriba, nos pide aire y aire en su lectura, a través de una
tupida y colorida vegetación de imágenes que a veces nos distrae, sube a los
páramos y baja a la ciudad, atraviesa avenidas oscuras, entra a las fiestas de
la locura juvenil, y vuelve a quedar sólo en sus visiones, en su súplica, en su
canto de ternura:
Vago por el mundo
enamorado de la múltiple forma de los rostros
que preservan la esperanza
p. 19.
Existe una elasticidad
en su visión, el lenguaje se suelta
pero no se descarrila, con su pertinencia, con lo que tiene, con sus
limitaciones y posibilidades. La rapidez con la que el paisaje cambia de forma,
es a través de una estructura lingüística que va ascendiendo y que en ese
subir, palabra y sentido nos permiten conocer sus renuncias y sus impresiones, Montoya,
va dejando caer lo mitificado y sobrevalorado de sí, lo corriente y ordinario
de la conducta, lo artificial, todo para asombrarse y espejarse con lo más monumentalmente
sencillo, con lo más inmediato y natural. Aparecen las montañas y la neblina,
el cielo adjetivado de azul, y se
ofrece entero, a la renovación que descubre en sí mismo a través del viaje, en su espacio, sugiriéndonos
inmediatamente una marcha interior, una depuración producto de ese contacto
inicial; el canto de un primer
descubrimiento, y el cuestionamiento del instrumento para cantar, digamos mejor, para decir,
o para sr exactos, su reflexión sobre la poesía. Es acá donde no todo se queda
en las ingeniosas descripciones de su ambiente, donde no todo es producto de un
azar mágico, o un volcamiento a palabras de las visiones personales, donde lo anafórico
y reiterativo van más allá de un tejido semántico alrededor de un personaje (el
hermano) que sabemos él, que sentimos yo, que señalamos tú.
p.59
De Mérida, de tu
tierra Montoya, poseo el recuerdo de ese, mi primer viaje, y esa montaña que
apareció en mi camino. Creció y creció la piedra de Drummond, se hizo más
grande que su Jesús de piedra, se hizo enorme y triangular. Pequeño Montoya, Príncipe de la Parranda, creció y se
llenó de un verde sacro en mi primer viaje /
en la niebla / de cristal / y la yerba está santa, y crece en la
Montaña, y no es humo lo que exhalamos con ojos crepusculares, es niebla blanca
y pura. De Mérida, el mar de tu viaje, recuerdo: esa tarde con la luz tan
arriba y clara sobre el pueblo de Las Piedras, y pegaba en las hojas verdes
hasta hacerlas amarillas, y la luz calentaba lo amarillo hasta hacerlo blanco,
y a la sombra eran verdes las hojas y nuevamente amarillas a la luz, y así, en
ese mareo de las nubes teniéndolas así, tan cerca, tan alto, yo, mareado,
iluminado y oscurecido en ese juego del cielo. Es Miércoles Santo y fumo
delante de mi padre por primera vez, mi hermano, mi hermanito, dos años menor
que yo, también. Mi padre nos dice que recién hizo el amor sobre una tumba,
sabemos que es verdad, está dulce como el anís, y como a la botella de Cartujo
le corre algo frío y transparente por la frente, estamos en lo alto, arriba en el
cementerio. Veo frente a mí la cruz blanca que antes, temprano, vi desde abajo
mareado en la carretera. Partimos la botella contra la cruz y fumamos, fumamos
hondo, los tres y en silencio. Toda la mañana mareada, toda esa visión, así mi
primer viaje con mi hermano.
En este país
transcurre otro mundo sin lo que notemos, Jesús Montoya y muchos poetas más,
son parte de ese otro movimiento de vida, pulmones de esa respiración que no
podemos ignorar. Y que trabajan no con el disimulo y la intriga de una mina,
sino con el grito, con el canto, con la cara limpia y una piedra, así natural,
en la mano. Espero en mi fe más personal, que apunte por prudencia siempre a la
cabeza del ego, que siempre apunte al medio de los ojos de la cara de lo falso
que poco a poco se cristaliza en uno mismo, por uno mismo, por el susurro de
los halagos. La mentira que se arrodille, que se arrodille, sin piedad contra
la mentira.
Jesús, de Mérida, de
mi primer viaje, aún recuerdo a mi padre mareado, mi hermano mareado, mi mareo
y yo, mientras bajamos del pueblo de Las Piedras, sembradores de hongos.
Bajamos lento, y pasamos a un lado de la procesión de Jesús, el Nazareno; cargaba una cruz oscura y
larga, iba y venía morado y mareado, sobre los hombros de viejos andinos, entre
velas, mujeres con mantilla, y mulas narcotizadas por los rezos.
Poemas de Primer Viaje de Jesús Montoya.
(Fragmentos)
Me acusan
incansablemente
de arrastrarme junto
a los equivocados
en el sendero
equivocado.
Me acusan y señalan
con sus dedos temblorosos
cuando mis ojos
descansan
en un sueño distinto,
lejano.
Me acusan por
aplastar una a una
mis pasiones sin
arrepentimiento,
por traicionarme al
escribir poemas
desde una voz
insensata que destroza en su recorrido
las ventanas.
Estoy decidido a ser
el primero que echen
a la calle de sus
asquerosos recintos,
pues mis ojos apuntan
hacia todas las direcciones
que marca el viento
con su paso.
Me acusan de ser
invisible
aunque esté tan cerca
como el aliento,
pero mi soledad no
sabe cómo comportarse.
Me han insistido que
sea feliz desde la ausencia,
y he fracasado.
Me han invitado a
pudrirme en la locura
como las hojas
amarillas cuando cambian su color.
Me han maltratado por
tener esta memoria larga y sucia
hecha de caricias.
Pues bien, les digo:
Soy el movimiento
fino
con que el cielo
cambia de rumbo a las estrellas.
Acúsenme,
nada traigo en mi
defensa más que la humilde pena
de quien ama las
palabras.
Vengo con el rostro
hueco
por esta sonrisa
adolescente
que inútilmente se me
va borrando,
que inútilmente se me
va quedando en otra infancia.
Mi voz se mece en los
jardines y se pierde en el espacio.
Nada traigo en mi
corazón,
no me acusen porque
cante.
Nada traigo desde el
precario
y misterioso río del
tiempo.
Nada tengo más que el
lamento
de quien en silencio
busca la distancia.
Acúsenme,
medité la alegría y
la perdí.
…
Respira, emergerán mis ojos serenos detrás de la locura.
Me imaginé.
Tengo diecinueve años
y estoy completamente vacío.
Tengo diecinueve años
y ya no quiero cantar cuando sueño.
Tengo diecinueve años
y se me acaba entera la vida.
Regresaré a mí mismo,
volveré de la locura
infinitamente sabia,
no hay quien pacte
con ella.
Respira, muy lejos me hallarás,
y estaré distinto, más acabado,
más golpeado por la poesía,
loco de dolor y de muerte,
alegre en el infierno.
Loco el despertar
del obsesivo sueño
grisáceo
nublado
como la palabra que
me mata
como la palabra que
me arrulla
más allá de los
vientos
donde crece el sol
rompiéndose
en el horizonte
quebrándose
en la distancia
guardaré
el canto
para siempre
hasta que alguien
me escuche
en él comprendí
la oscuridad
de golpe
como el golpe
verdadero
…
Respira.
Loco.
Loco.
Loco en la taberna.
Loco del sendero.
Loco en el pueblo.
Loco podrido.
Loco con cuchillos.
Loco cantándole a la
muerte.
Loco en la noche
blanca.
Loco sin los buenos
amigos.
Loco fumando cigarros
baratos.
Loco quemándose.
Loco de humillación.
Loco en la
profundidad de los hoteles vacíos.
Loco bebiéndose la
música.
Loco con la mente en
blanco.
Loco oscuro.
Loco enredado en la
bondad.
Loco enfermo.
Loco volviéndose un
río.
Loco en el calor de
la poesía.
Loco imaginando
hermanos que no existen.
Loco de exceso.
Loco aturdido.
Loco solitario.
Loco riéndose todavía
del mismo secreto.
Loco en la ausencia.
Loco corriendo.
Loco condenado.
Loco alucinando su
historia.
Loco entre las
flores.
Loco y maldito.
Loco y claro y fresco
atravesando las plazas
con la vida revuelta
estaba yo.
Loco insoportable.
Loco, loco,
aniquilado por la muerte estaba yo.
Loco en mi primer
viaje.
Barrio Güere, Venezuela, 21-IX-2014, Día de San Mateo El Apóstol.
¡Ansiosa por leerlo!
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