Arquelogía
Antes
mucho antes
nos juntábamos varios para jugar.
Sólo la tierra era necesaria
un patio con arena
sin límites
el mundo era infinito hacia
abajo.
Con manos limpias, ansiosos
como frente a un pastel de
cumpleaños
en círculo
comenzábamos a amasar la tierra
fría
a abrazarla, a arañarla
a quererla abrir.
Sentíamos las irregularidades de
ese terreno
lo comparábamos con el cielo
acariciábamos sus oquedades
sus bocas secas.
Nos aferrábamos a los oteros, con
rabia
para destruirlos
hacerlos polvo.
Preparábamos nuestras palas
endebles
empezaban las excavaciones
los agujeros.
Era necesario introducirnos en la
tierra
era necesario descubrir
ensuciarse.
Nos hundíamos en el misterio de
los que mueren
de los que han sido recluidos en
la tierra
para siempre.
Algo tenía que haber allá adentro
los tesoros debían estar en
alguna parte.
A veces se hallaban durezas
distintas.
Un día, el cadáver de una tubería
olvidada
que quizá condujo al océano azul
de los atlas.
En otro, una partida osamenta
siempre minúscula, irreconocible.
Aún no los cofres sellados de
madera
ni las monedas brillantes con
perfiles y pájaros
aún no el esqueleto bien formado
de algún transeúnte
ni un mapa impreciso
ni restos de alguna especie
extinta.
Pero no mermaba la fascinación de
lo oscuro
esa abertura donde cabríamos
completos
la fascinación de hundirse.
Así era antes
cuando éramos niños.
Hoy te pido que hagamos eso de
nuevo
nosotros dos
en este huerto distinto y
solitario
aunque el tiempo cambie sus
ritmos.
Juguemos a escarbar.
Piedra
Volví a pasar por aquella acera
sombreada
¿recuerdas?
El único lugar de esa calle donde
el sol se desganaba.
Y allí estábamos todavía sentados
con una mueca de desafío
de eternidad recortada
con la certidumbre de no saber
inoportunos
hechos de la misma sal
queriéndonos encerrar en un puño.
Allí estábamos todavía sentados
puestos en remojo
en agua hervida
con los pedazos bien pegados
sin reflejarnos en ninguna
superficie
desterrados y fugitivos
ennegrecidos, chamuscados.
Allí estábamos todavía
reídos
en franca descomposición
como esculpidos en piedra caliza
en esa embarcación hecha de
sombra con filtraciones
dibujando un círculo perfecto.
Paraguas
La entrada a los salones, las
escaleras
los corredores, levantarse de las
sillas con rapidez.
Saludarse con un beso indeciso,
mirarse a los ojos
o a la grieta de la boca.
Ver la hora, hacer un ademán de
apresuramiento.
La taza de té, las manos, sus
líneas cruzadas
la risa escasa, insegura.
Los libros, sus hojas, sus letras
y espacios.
La caída de la noche, la
difuminación de las sombras.
Palabras, cientos de palabras
mantra del nerviosismo
palabras que caen al suelo y se
buscan con impaciencia.
La respuesta a la pregunta.
Otra vuelta estéril y
desinteresada al cubo mágico.
El viento que nos despeina por
dentro.
La llovizna, el relámpago.
Volvemos a preguntar, a subir
escaleras
a recordar nombres y lugares
felices de no acordarnos de que
existen los paraguas
de que hay cosas que comienzan
y que después no sabemos cómo terminar.
Luis Ángel Barreto (Maracaibo, Venezuela, 1979). Poeta, editor. Licenciado en Filosofía por La Universidad del Zulia.
Cursante de la Maestría
de Filosofía en la misma casa de estudios. Ha publicado el poemario Arqueología de olores (2007), ganador
del Certamen Mayor de las Artes y las Letras 2006 por el Ministerio de Cultura. ha sido incluido en varias antologías poéticas.
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