viernes, 25 de septiembre de 2015

QUIETO


 Por Alberto Hernández



No creo que la poesía deba preocuparse por imitar violentamente los horrores de nuestros tiempos. El horror es algo que se da por hecho, el desorden es cosa de todos los días; la gente en general se halla en él más “a sus anchas” mientras los escondites se van agrandando. Añoro los poemas de una armonía interior en evidente contraste con el caos en el que existen (…) pienso, por ejemplo, en “Passages” de Robert Duncan, en “Book of Nightmares” de Galway Kinnell, en algunos de los poemas más recientes de Robert Bly, en los poemas de ira negra LeRoi Jones; y todos ellos, incluso “Aullido”, están intrincadamente estructurados, no caotizados. La fuerza está ahí, también el horror; pero están ahí precisamente porque son obras de arte, no vanguardismos autocomplacientes. Poseen la “armonía interna” que es todo un contraste ante la confusión que los rodea

Denise Levertov


 
1.-

Me amparo en una lectura multiplicada. En la inquietud confusa contenida en la intención del autor. Configuro una dosis de imágenes y me desintegro en cada uno de los textos de Quieto (Kavrial, editores independientes, Barrio Güere, Valencia 2014), libro con el que Víctor Manuel Pinto establece sitio y tiempo para la poesía en estos días de violencia y locura colectiva. Es un libro que contiene la violencia propiciada por el caos, por los tantos ruidos y sonidos dueños de un estadio histórico, en el que ese factor de desequilibrio hace de la poesía una deconstrucción de nuestro fuero ciudadano. O mejor dicho, un libro que contiene la violencia de la calle, el estupor con que se mira la rabia animal de una geografía humana que cada día es más dolorosa, pero concebida desde la posibilidad de alcanzar un ritmo que pueda organizar las reacciones de los tantos recursos que transitan por estas páginas. Recursos descifrados por la cotidiana visión de quien ha tomado la calle y la ha hecho su punto de observación.

Este libro de Pinto, dividido en tres partes (Vida Diávolo, Quieto y Gang Bang a la Musa) conforma un tránsito en el que las voces de Enriqueta Arvelo Larriva, Ramón Palomares, Pedro Luis Hernández y Ana Enriqueta Terán se hacen parte de la estrategia de quien –con voz desnuda- enfrenta los distintos momentos de un síndrome tan cercano a la muerte. No se trata de una justificación, como dicen algunos que han ojeado estas páginas, de un arranque de indagación: este es un libro en el que el autor, muy hábilmente, desde varios puntos de su sensibilidad, ha anclado en la violencia que vivimos. No es un tratado convencional para tratar un mal curable o incurable. Estas hojas contienen toda la sociología de nuestra realidad más próxima: estamos en medio de una sinrazón que Víctor Manuel Pinto ha convertido en palabras, en una poesía con una lectura pero con la osadía de hacerla múltiple. Y afirmo esto porque el autor ha concebido la estructura del libro con la intención de hacernos parte de la presencia de otros autores que le tocan de cerca, no tanto por el tema que visita sino porque encuentra en ellos un bálsamo para apaciguar el demonio de su desenvoltura. Pese al carácter del autor en otros trabajos, me someto al escrutinio de decir que este libro se escribió con la agudeza de quien se sabe parte de un paisaje en el que pocos salen ilesos, pese al verso de la poeta Arvelo Larriva: Voy solo con mi ritmo y mi estambre y mi aguja, pero a continuación el autor -en cursivas- descarta el carácter sublime, casero, de la poeta llanera y luego ingresa en un discurso lacerante. Esa vida del diablo, endosada a algunos títulos, conduce al lector a levantar las manos y a mirarle la cara a quien lo apunta con un poema: Brillante entre mi puño / hacia un hombre que imagino // Pistola de la venganza: / Con ella los derribaré. // Pistola de la justicia: Mi cobardía, el “mí” que posee todo: / tú nos amparas. // Un milímetro apneas, / así de poco alcanzo a ver / el verdadero calibre de mi cuerpo…” La oración / letanía roza la de los nuevos iconos de la Corte Malandra, tan en boga que hoy hace gala en nuestra narrativa. Páginas atrás, el útero de la corte, el entorno, la Barriada donde viven y se nutren las larvas de la formación de carne / que habita el cuerpo de columnas y paredes. Un arriba donde el cuerpo se deshace en acciones brutales, carnales, interjectivas. Un espacio que sube hacia las voces de una esquizofrenia suficientemente revelada: Obedientes a esa voz podría traducir muchas voces. Y he allí el diccionario que las contiene: sincero / falso / de madre / de mentira / ¿real? / inmortal / imaginaria / de rico / de pobre / dura / ligera / tengo hambre / sueño / miedo /. Voz, voces: arriba en el cerro, arriba en la conciencia, arriba en la cabeza. Un punto cardinal con un solo punto de partida.

2.-

Una breve historia, fórmula escolar que tiene en la marca de la tiza la nostalgia de otra voz: Ella me enseñó a obedecer con el brazo recto una distancia de mis amigos (…) ¿Qué hacemos con el cuerpo nuestro? ¿Qué hacemos con el muerto de cada día? Me desarmo y busco mi forma real. Buscar: ese verbo que odia. Aquí habla un alguien cuya crítica va más allá del poeta: una metástasis del libro¿Con quién habla esa voz? ¿De quién intenta formar parte? Desde ese instante abre un programa de estudio. Sin lista de cotejo: contenido escolar y colores que arrojan significados y una fábula recitada propulsiva de la violencia que ya se ha dicho: Frente a la muerte / Nadie vio nada / Nadie habla / Nadie confiesa la sensación de estar vivo (…) del cuerpo tirado a un lado de la vida. Esa metáfora en la que vida y muerte se alimentan posibilita el poema: deconstruye, construye, organiza, elabora desde arriba, desde el lugar que ha escogido la voz del poeta. Y así, entre otros colores, miradas, pensamientos, el amor, una mujer.
3.-

Podría parecer panfleto, una decisión tomada al arbitrio de la desazón, porque la tierra que pisa quien habla no es una tierra de paz. No es una tierra amable. Es una tierra de palabras que desarman, hieren, cortan, queman, marcan. Palabras que pueden conducir a la muerte. El poema es signatario de tal profesión: quien usa las palabras es dueño de sus acentos. Tierrúo traduce cubierto de tierra, vivo pero enterrado, desterrado, alejado de la tierra que no cubre la infamia de otros cuerpos. Gente de barro: Siempre pensando en lo que no soy, / siempre penando en la forma del mundo / lejos de la tierra que ensucia / los “zapatos” y los estantes de vidrio / donde caído dibujo una rueda: // -subir y bajar la cerveza / -subir y bajar la escalera // la rueda del sol igual ayer / igual hoy. (Me aparto un momento del libro de Víctor Manuel Pinto y me acerco a este texto de Juarroz: Tal vez la poesía nos salve todavía del infierno de los habladores profesionales. Y me apresto a no salirme del termómetro del país que habito: tantos habladores profesionales, recuadradores de círculos, apañadores de la muerte, transgresores de los dioses, violadores del pensamiento ajeno, tribunos y consejeros de ocasión. La poesía, esta poesía –que duele al estilo de otros poetas por no compartir su tono, opinión que se entiende- no da tregua: sabe disparar. Y lo hace desde la mano que sostiene un arma hasta la emoción que desactiva al agresor). En “Tiroteo” el lector puede escoger. He aquí una pequeña muestra: Es la mente / que iguala un tiro a una fotografía / Es la mente / que iguala a un tiro a un golpe duro en una lata. // Es el pensamiento a pesar de nosotros / que nunca sentimos su arrastre y nos revela: // -lavando sangre de la calle / -golpeando a un hombre en la boca / -recogiendo al amigo / hablándole a su fotografía… Los gerundios conservan la memoria. El poema se abre en Atraco. Se hace crispación: -Quieto / contra la pared. // Me cuesta soltar mi nombre. // El mío que desorbita con violencia los ojos / cuando asalta al cuerpo en quietud…El texto habla desde el miedo, desde la ira, desde los músculos que tiemblan. El poema tiembla.

Quieto, Kavrial Editores Independientes, Barrio Guere, Venezuela, 2014. 
4.-

Y luego la causa de todo, la enfermedad que consume desde los huecos de la voz. El autor relata, cuenta la historia de un alguien que vive en el alcohol. Sus caídas, su violencia…podría parecer un simple devaneo: alguien está allí. Ese que habla existe. Por eso hace del poema una reacción en el lector avezado y avisado: qué me puede importar. Pero el poema trastorna, como un golpe. No se trata de una admonición. No se trata de un consejo. No se trata de Alcohólicos Anónimos: el poema tensa las venas e irrumpe rabioso sobre el papel, como un animal lleno de pegostes: / de tragos secándose / de orine secándose. Y el Crack, otra enfermedad: Maldita piedra de la esquina de perder el tiempo: / yo soy esto hoy / yo seré aquello un día / hasta creer / hasta caer. Asoma la muerte su hocico. Un perro con las mandíbulas puestas a buen resguardo. Un dóberman. Un perro con bozal: la imagen desequilibra. Podría arrastrar una metáfora, un signo inequívoco: Corazón, vuélvete un perro negro. Y en orden alfabético, nombres, temblores, huecos, dolores que conducen a un viaje en autobús. El paisaje es una indagatoria: ¿Qué hago sentado aquí? / Sobre una rueda contra la tierra (…) ¿Qué hago caminando en la otra acera? / ¿Quién me abrió la boca?. Una constante temática convierte a los lectores en testigos de nombres que han subido a un colectivo y han elaborado un paisaje desde el adentro de la máquina: narradores y poetas que imbrican las palabras con la eternidad o con la voz de otros paseantes. ¿El destino? La mirada se inscribe en la presencia del pasajero, del chofer. De la música alta y de un asiento vacío donde la quietud es imposible para quien se desahoga en un verso. La droga, la cocaína, Fruto de la tierra del Diablo, devela una crítica dura, despojada de asombro. Es tan real que conmina a nombrarla sin adjetivos. Y el niño que regresa en los juegos del recreo. El niño que pasa rasante por las páginas a través de tres instancias y ahora entra en la parte que le da nombre al libro.

5.-

Que no imagine el lector. Ha quedado atrás todo lo dicho. En este poema, que copiaré íntegramente, hay otra inflexión. Se desliza un cuerpo, una voz que crece en otra:Un bloque es la base para la construcción / de un hombre que se hace / desde los glúteos a la nuca. // Quédate un poco más conmigo / ahora que bajas la escalera / hasta mi cuerpo. // Me haces ver que estuvo tiempo tibio / y no lo sentía ni en mis manos. // La sala está vacía. // No quiero pensar en una montaña / cruzada por una nube suave / pero va y viene. / Quédate un poco más conmigo: / en mis piernas, / en mis brazos. // No hay nadie en la sala, / y estoy por ti / sobre el bloque / acompañado. Ese quieto ya no perturba. Gang Bang a la Musa es un poema en inglés dedicado al poeta norteamericano Sam Hamill. Es un Canto a Ginsberg. Un hombre lee Hojas de hierba sobre la grama y bajo el cielo blanco. Un hombre lee el poema de Whitman y conoce a las hormigas, las hormigas negras que caminan sobre la tierra. Una visión triste, apenada. No canta por el peso de un pecado. Sólo lee un viejo Canto. El poema se desliza en homenaje al autor de Aullido. Y no le queda otro destino que estar bajo las nubes, en la tierra, entre las flores, a plena alma. Un poema que se trasluce y traduce solo, en medio de la belleza casi blanca. Finaliza nuestro autor con varios textos en prosa. Poéticas que acomodan al lector en otra instancia. En otro espacio. Quieto es un libro de cierta complejo estructural por la forma de armarlo y provocar diversas posturas, toda vez que al ser una se multiplica y reconstruye en cada texto. Quieto es un vertido de voces sobre un país sordo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario