Por Alberto Hernández
No creo que la poesía deba preocuparse por imitar violentamente los horrores de nuestros tiempos. El horror es algo que se da por hecho, el desorden es cosa de todos los días; la gente en general se halla en él más “a sus anchas” mientras los escondites se van agrandando. Añoro los poemas de una armonía interior en evidente contraste con el caos en el que existen (…) pienso, por ejemplo, en “Passages” de Robert Duncan, en “Book of Nightmares” de Galway Kinnell, en algunos de los poemas más recientes de Robert Bly, en los poemas de ira negra LeRoi Jones; y todos ellos, incluso “Aullido”, están intrincadamente estructurados, no caotizados. La fuerza está ahí, también el horror; pero están ahí precisamente porque son obras de arte, no vanguardismos autocomplacientes. Poseen la “armonía interna” que es todo un contraste ante la confusión que los rodea
Denise Levertov
1.-
Me amparo en una lectura multiplicada. En la inquietud
confusa contenida en la intención del autor. Configuro una dosis de imágenes y
me desintegro en cada uno de los textos de Quieto (Kavrial,
editores independientes, Barrio Güere, Valencia 2014), libro con el que Víctor
Manuel Pinto establece sitio y tiempo para la poesía en estos días de violencia
y locura colectiva. Es un libro que contiene la violencia propiciada por
el caos, por los tantos ruidos y sonidos dueños de un estadio histórico, en el
que ese factor de desequilibrio hace de la poesía una deconstrucción de nuestro
fuero ciudadano. O mejor dicho, un libro que contiene la violencia de la calle,
el estupor con que se mira la rabia animal de una geografía humana que cada día
es más dolorosa, pero concebida desde la posibilidad de alcanzar un ritmo que
pueda organizar las reacciones de los tantos recursos que transitan por estas
páginas. Recursos descifrados por la cotidiana visión de quien ha tomado la
calle y la ha hecho su punto de observación.
Este libro de Pinto, dividido en tres partes (Vida
Diávolo, Quieto y Gang Bang a la Musa) conforma un tránsito en el que las
voces de Enriqueta Arvelo Larriva, Ramón Palomares, Pedro Luis Hernández y Ana
Enriqueta Terán se hacen parte de la estrategia de quien –con voz desnuda-
enfrenta los distintos momentos de un síndrome tan cercano a la muerte. No
se trata de una justificación, como dicen algunos que han ojeado estas páginas,
de un arranque de indagación: este es un libro en el que el autor, muy
hábilmente, desde varios puntos de su sensibilidad, ha anclado en la violencia
que vivimos. No es un tratado convencional para tratar un mal curable o
incurable. Estas hojas contienen toda la sociología de nuestra realidad más
próxima: estamos en medio de una sinrazón que Víctor Manuel Pinto ha convertido
en palabras, en una poesía con una lectura pero con la osadía de hacerla
múltiple. Y afirmo esto porque el autor ha concebido la estructura del libro
con la intención de hacernos parte de la presencia de otros autores que le
tocan de cerca, no tanto por el tema que visita sino porque encuentra en ellos
un bálsamo para apaciguar el demonio de su desenvoltura. Pese al carácter
del autor en otros trabajos, me someto al escrutinio de decir que este libro se
escribió con la agudeza de quien se sabe parte de un paisaje en el que pocos
salen ilesos, pese al verso de la poeta Arvelo Larriva: Voy solo con mi
ritmo y mi estambre y mi aguja, pero a continuación el autor -en cursivas-
descarta el carácter sublime, casero, de la poeta llanera y luego
ingresa en un discurso lacerante. Esa vida del diablo,
endosada a algunos títulos, conduce al lector a levantar las manos y a mirarle
la cara a quien lo apunta con un poema: Brillante entre mi puño / hacia
un hombre que imagino // Pistola de la venganza: / Con ella los derribaré. //
Pistola de la justicia: Mi cobardía, el “mí” que posee todo: / tú nos amparas.
// Un milímetro apneas, / así de poco alcanzo a ver / el verdadero calibre de
mi cuerpo…” La oración / letanía roza la de los nuevos iconos de la
Corte Malandra, tan en boga que hoy hace gala en nuestra narrativa. Páginas
atrás, el útero de la corte, el entorno, la Barriada donde
viven y se nutren las larvas de la formación de carne / que habita el
cuerpo de columnas y paredes. Un arriba donde el
cuerpo se deshace en acciones brutales, carnales, interjectivas. Un espacio que
sube hacia las voces de una esquizofrenia suficientemente revelada: Obedientes
a esa voz podría traducir muchas voces. Y he allí el diccionario que
las contiene: sincero / falso / de madre / de mentira / ¿real? /
inmortal / imaginaria / de rico / de pobre / dura / ligera / tengo hambre /
sueño / miedo /. Voz, voces: arriba en el cerro, arriba en la conciencia,
arriba en la cabeza. Un punto cardinal con un solo punto de partida.
2.-
Una breve historia, fórmula escolar que tiene en la
marca de la tiza la nostalgia de otra voz: Ella me enseñó a obedecer
con el brazo recto una distancia de mis amigos (…) ¿Qué hacemos con el cuerpo
nuestro? ¿Qué hacemos con el muerto de cada día? Me desarmo y busco mi forma
real. Buscar: ese verbo que odia. Aquí habla un alguien cuya
crítica va más allá del poeta: una metástasis del libro¿Con quién habla esa
voz? ¿De quién intenta formar parte? Desde ese instante abre un programa
de estudio. Sin lista de cotejo: contenido escolar y colores que arrojan
significados y una fábula recitada propulsiva de la violencia
que ya se ha dicho: Frente a la muerte / Nadie vio nada / Nadie habla /
Nadie confiesa la sensación de estar vivo (…) del cuerpo tirado a un lado de la
vida. Esa metáfora en la que vida y muerte se alimentan posibilita el
poema: deconstruye, construye, organiza, elabora desde arriba, desde el lugar
que ha escogido la voz del poeta. Y así, entre otros colores, miradas,
pensamientos, el amor, una mujer.
3.-
Podría parecer panfleto, una decisión tomada al
arbitrio de la desazón, porque la tierra que pisa quien habla no es una tierra
de paz. No es una tierra amable. Es una tierra de palabras que desarman,
hieren, cortan, queman, marcan. Palabras que pueden conducir a la muerte. El
poema es signatario de tal profesión: quien usa las palabras es dueño de sus
acentos. Tierrúo traduce cubierto de tierra, vivo pero
enterrado, desterrado, alejado de la tierra que no cubre la infamia de otros
cuerpos. Gente de barro: Siempre pensando en lo que no soy, / siempre
penando en la forma del mundo / lejos de la tierra que ensucia / los “zapatos”
y los estantes de vidrio / donde caído dibujo una rueda: // -subir y bajar la
cerveza / -subir y bajar la escalera // la rueda del sol igual ayer / igual hoy. (Me
aparto un momento del libro de Víctor Manuel Pinto y me acerco a este texto de
Juarroz: Tal vez la poesía nos salve todavía del infierno de los
habladores profesionales. Y me apresto a no salirme del termómetro del país
que habito: tantos habladores profesionales, recuadradores de círculos,
apañadores de la muerte, transgresores de los dioses, violadores del
pensamiento ajeno, tribunos y consejeros de ocasión. La poesía, esta poesía
–que duele al estilo de otros poetas por no compartir su tono, opinión que se
entiende- no da tregua: sabe disparar. Y lo hace desde la mano que sostiene un
arma hasta la emoción que desactiva al agresor). En “Tiroteo” el lector
puede escoger. He aquí una pequeña muestra: Es la mente / que iguala un
tiro a una fotografía / Es la mente / que iguala a un tiro a un golpe duro en
una lata. // Es el pensamiento a pesar de nosotros / que nunca sentimos su
arrastre y nos revela: // -lavando sangre de la calle / -golpeando a un hombre
en la boca / -recogiendo al amigo / hablándole a su fotografía… Los
gerundios conservan la memoria. El poema se abre en Atraco. Se hace
crispación: -Quieto / contra la pared. // Me cuesta soltar mi nombre.
// El mío que desorbita con violencia los ojos / cuando asalta al cuerpo en
quietud…El texto habla desde el miedo, desde la ira, desde los músculos que
tiemblan. El poema tiembla.
![]() |
Quieto, Kavrial Editores Independientes, Barrio Guere, Venezuela, 2014. |
4.-
Y luego la causa de todo, la enfermedad que consume
desde los huecos de la voz. El autor relata, cuenta la historia de un alguien
que vive en el alcohol. Sus caídas, su violencia…podría parecer un simple
devaneo: alguien está allí. Ese que habla existe. Por eso hace del poema una
reacción en el lector avezado y avisado: qué me puede importar. Pero el poema
trastorna, como un golpe. No se trata de una admonición. No se trata de un
consejo. No se trata de Alcohólicos Anónimos: el poema tensa las venas e
irrumpe rabioso sobre el papel, como un animal lleno de pegostes: / de
tragos secándose / de orine secándose. Y el Crack, otra
enfermedad: Maldita piedra de la esquina de perder el tiempo: / yo soy
esto hoy / yo seré aquello un día / hasta creer / hasta caer. Asoma la
muerte su hocico. Un perro con las mandíbulas puestas a buen resguardo. Un
dóberman. Un perro con bozal: la imagen desequilibra. Podría arrastrar una
metáfora, un signo inequívoco: Corazón, vuélvete un perro negro. Y
en orden alfabético, nombres, temblores, huecos, dolores que conducen a un
viaje en autobús. El paisaje es una indagatoria: ¿Qué
hago sentado aquí? / Sobre una rueda contra la tierra (…) ¿Qué hago caminando
en la otra acera? / ¿Quién me abrió la boca?. Una constante temática
convierte a los lectores en testigos de nombres que han subido a un colectivo y
han elaborado un paisaje desde el adentro de la máquina: narradores y poetas
que imbrican las palabras con la eternidad o con la voz de otros paseantes. ¿El
destino? La mirada se inscribe en la presencia del pasajero, del chofer. De la
música alta y de un asiento vacío donde la quietud es imposible para quien se
desahoga en un verso. La droga, la cocaína, Fruto de la tierra del
Diablo, devela una crítica dura, despojada de asombro. Es tan real que
conmina a nombrarla sin adjetivos. Y el niño que regresa en los juegos del
recreo. El niño que pasa rasante por las páginas a través de tres instancias y
ahora entra en la parte que le da nombre al libro.
5.-
Que no imagine el lector. Ha quedado atrás todo lo
dicho. En este poema, que copiaré íntegramente, hay otra inflexión. Se desliza
un cuerpo, una voz que crece en otra:Un bloque es la base para la
construcción / de un hombre que se hace / desde los glúteos a la nuca. //
Quédate un poco más conmigo / ahora que bajas la escalera / hasta mi cuerpo. //
Me haces ver que estuvo tiempo tibio / y no lo sentía ni en mis manos. // La
sala está vacía. // No quiero pensar en una montaña / cruzada por una nube
suave / pero va y viene. / Quédate un poco más conmigo: / en mis piernas, / en
mis brazos. // No hay nadie en la sala, / y estoy por ti / sobre el bloque /
acompañado. Ese quieto ya no perturba. Gang
Bang a la Musa es un poema en inglés dedicado al poeta norteamericano
Sam Hamill. Es un Canto a Ginsberg. Un hombre lee Hojas de
hierba sobre la grama y bajo el cielo blanco. Un hombre lee el poema
de Whitman y conoce a las hormigas, las hormigas negras que caminan sobre la
tierra. Una visión triste, apenada. No canta por el peso de un pecado. Sólo lee
un viejo Canto. El poema se desliza en homenaje al autor de Aullido. Y
no le queda otro destino que estar bajo las nubes, en la tierra, entre las
flores, a plena alma. Un poema que se trasluce y traduce solo, en medio de la
belleza casi blanca. Finaliza nuestro autor con varios textos en prosa.
Poéticas que acomodan al lector en otra instancia. En otro espacio. Quieto es
un libro de cierta complejo estructural por la forma de armarlo y provocar
diversas posturas, toda vez que al ser una se multiplica y reconstruye en cada
texto. Quieto es un vertido de voces sobre un país sordo.
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