I
Un
relámpago es una señal, es el resultado de una fricción energética entre la
tierra y las nubes, es un fenómeno natural que podría englobar al mismo tiempo,
en una visión metafórica, la idea de la dualidad que simula la actuación de dos
direcciones escritas en la esencia de los seres humanos y que no pueden ir
juntas, lo positivo y lo negativo. La expansión sonora producto del choque
entre el aire frío y el aire caliente que deja el rayo dentro de la atmósfera
terrestre, esa fricción de dos temperaturas donde nace el trueno, es también la
propagación de la voz poética dentro de Esta
ciudad es una tumba para los relámpagos del poeta venezolano Dannybal Reyes Umbría.
Un
relámpago, y todo lo que de acuerdo a nuestra vida y experiencias signifique,
siempre poseerá el marco de lo instantáneo, de lo efímero e iluminador, y que invariablemente
detrás de sí arrastra el puño del sonido, un sonido que nunca podemos calcular
con precisión, que está unido casi al mismo tiempo a la luz, y que por
velocidad, por su espesura, nos llega por la espalda y nos atraca. Un trueno se
escucha en toda una ciudad. Pero la ciudad del Poeta Dannybal Reyes Umbría, es
otra, en la suya los rayos van a morir, van a descansar su eternidad eléctrica
y vibratoria que se escucha hasta encima de las lápidas, edificios, anuncios,
iglesias, bares, y calles precariamente iluminadas.
Una ciudad
de significados prismáticos enmarcada en 60 postales, 60 poemas que retratan
las revelaciones de la luz de la visión diaria, la crítica, la social, y la
visión de sí mismo. Poemas, que al igual que las postales, no necesitan sobres,
la dimensión del espacio para la escritura exige la síntesis. Es una obra
inscrita en la exaltación de la imagen, de la visión sin demasiada descripción,
sin lirismo, sólo que en el caso de Reyes Umbría, a pesar de lo económico en su
lenguaje que responde estrictamente a la referencia de su marco (la postal),
cada tarjeta, cada texto, en una sincronía parecida al ciclo de la lluvia, nos
comienza a pintar una ciudad alumbrada por el rayo de la búsqueda del amor, la
búsqueda de sí mismo, la búsqueda incluso, de un país.
II
Un río sucio que no corre,
se arrastra.
Retrata el
poeta en los últimos versos de la Postal I, y ya desde el comienzo, en ese
primer Cuadrante (El libro está más que dividido en cuatro
cuadrantes, unido por ellos) desde esa primera impresión lingüística del
paisaje, denota la espesura, una niebla, un movimiento carente de colores.
Todo
una mirada.
Concluye
el poeta en su segunda postal. Ese sentimiento de perplejidad, nos hace
imaginar por un momento la condición de que quien se descubre habitante de sí
mismo, y la extensión de esa sensación hasta sentirse a través de la mirada, realmente
habitante de un espacio propio hecho cuerpo, al que se le suman todas las
relaciones que sostienen ese complejo tejido humano donde vivimos y morimos,
cercado por la regularización de lo social, dirigido y regulado por el poder,
es allí donde Dannybal Reyes Umbría dibuja la tormenta, su espeso paso de nubes
negras, y de una sangre pálida cuando anochece.
Los
barrios, los edificios, los callejones, toda la geografía reconocible,
manejable, la que conocemos por su olor, su peligro, su calidez, y por lo
doloroso y lo hermoso, recorren el álbum de postales de ciudad donde la luz
está bajo la tierra, donde el poeta y el hombre se exponen sin sobres al empuje
social, un hombre que reconoce la posibilidad de ser dueño de sí, de sus actos,
así de difícilmente sencillo:
siempre
camino con mi corazón de paloma
siempre
espero rescatar un perro
soy alegre
como un niño que come
con
hambre.
Postal VI
El
relámpago, la descarga eléctrica, que lleva dentro de sí su grave sonido y
fatal consecuencia, aclara y aparece en el goce físico, en la visión que se
prolonga y agudiza de cuadrante a cuadrante, y cada postal, a pesar de ir
reduciendo más sus dimensiones verbales, nos va adentrando en una historia, en
la conciencia de la vivencia de un ciclo natural e interminable, podría ser el
viaje eterno del hombre, que se cuenta de hombre a hombre:
Yo conozco
estos líquidos caminos
de los que
hablaba mi padre.
Postal XXV.
Pero no es
sino hasta la Postal XXVIII, donde el
clima cambia, donde la ciudad de afuera, la de piedra, la de paredes llenas de
grafitis, de bloques rojos, iglesias, y bares, comienza a convertirse en una
ciudad más biomecánica, que come, que huele, que toca, que besa, que piensa, y
sobre todo, que siente:
Una pierna
y otra pierna
un brazo y
otro brazo
un seno y
otro seno
un vientre
y su dorso
una voz
sobre todo
mi cuerpo
sobre otro cuerpo
así
comenzó.
Inmediatamente
en la siguiente postal nos declara:
he aquí un
cuerpo
grité por
horas en una calle
de gente
enferma.
El
relámpago, la iluminación, su hermosura, la posesión de lo deseado y su
confusión aparecen entonces en la Postal
XXI, la purificación del fuego paradójicamente, deviene de su lúdico uso,
metafóricamente hablando:
Quería
apagarla con las manos
pero era
un incendio
ondulación
de llamas
agitándose
a mi lado.
Y
nuevamente, inmediatamente, como el sonido que viene arrastrándose detrás del
rayo, el desconcierto, las fases de un solapado desengaño, inevitable, debido a
la redondez carcelaria de nuestra condición automática, ciega, y precariamente
humana:
De todo lo
que aquí estaba
apenas
quedan las señales
alguien se
hartó de tus piernas.
Postal XXV
Apenas en
un punto de culminación eléctrica, aparece entonces la rasgadura, la lluvia que
saca el humo de la tierra y las cosas que ardían y ardieron, y que luego sólo
quedan expuesta a los vapores que asfixian:
Llovió
entonces
en el
lugar preciso
Al paso de
la lluvia y el trueno, aparece entonces el apego por el refrescamiento, por lo
que sana el deseo, la herida del fuego físico y que a su vez, con cada roce
líquido, aviva el dolor, un ir y venir del fuego al agua, y del agua al fuego:
Qué podría
yo decir
una
batalla interminable.
Traza el
poeta al final de unas de las 60 postales que testifican la historia de un
relámpago que se enamoró de la tierra cuando la vio mojada, cuando comprendió
que lo que anunciaba la rama seca de su cuerpo eléctrico, el presagio de su
luz, no es más que la viva causa de su existencia y su muerte simultáneamente:
un largo
territorio de truenos
sorbo
de tierra
húmeda
o la
urgencia de tu sexo.
Postal XLVIII
O
Otra vez
ocultándome en tus cabellos
mientras
la lluvia cae
abrigo de
cegueras
O como
afirma en la Postal LII, el agua, el
cuerpo de la lluvia, y el cuerpo de la compañía, se torna fluvial, se desliza por la piel de
la tierra hasta sus altares de piedra.
eres río
que vuelve a la montaña
invisible
debajo de las sábanas.
El
lenguaje de Esta ciudad es una tumba para los relámpagos, la velocidad
entre una imagen y otra soldada a los versos cortos, como respiraciones
agitadas, rompen la manera habitual de lectura, cada cuadrante trae consigo una
imagen que encaja en el siguiente, dejándonos a la espera de un desenlace que
no palpamos a simple vista, como si el poeta dejara ante nosotros la escritura
de esa última postal, de ese último poema, de esa última gota de lluvia, o esa primera,
con la que empieza o acaba el invierno, no sin antes la presencia de los
relámpagos, no sin la autoridad de los truenos, que con este libro de Dannybal
Reyes Umbría, asociamos a las plegarias de los antiguos muertos de las nubes, y
mientras oramos y pedimos a Santa Bárbara que aplaque la tempestad del cielo,
ellos no hacen más que pedir y orar por sus rayos, sus relámpagos enterrados
en la ciudad que ahora es su tumba.
Víctor
Manuel Pinto
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