jueves, 26 de marzo de 2015

Los Antiguos Muertos de las Nubes



I

Un relámpago es una señal, es el resultado de una fricción energética entre la tierra y las nubes, es un fenómeno natural que podría englobar al mismo tiempo, en una visión metafórica, la idea de la dualidad que simula la actuación de dos direcciones escritas en la esencia de los seres humanos y que no pueden ir juntas, lo positivo y lo negativo. La expansión sonora producto del choque entre el aire frío y el aire caliente que deja el rayo dentro de la atmósfera terrestre, esa fricción de dos temperaturas donde nace el trueno, es también la propagación de la voz poética dentro de Esta ciudad es una tumba para los relámpagos del  poeta venezolano  Dannybal  Reyes Umbría.  

Un relámpago, y todo lo que de acuerdo a nuestra vida y experiencias signifique, siempre poseerá el marco de lo instantáneo, de lo efímero e iluminador, y que invariablemente detrás de sí arrastra el puño del sonido, un sonido que nunca podemos calcular con precisión, que está unido casi al mismo tiempo a la luz, y que por velocidad, por su espesura, nos llega por la espalda y nos atraca. Un trueno se escucha en toda una ciudad. Pero la ciudad del Poeta Dannybal Reyes Umbría, es otra, en la suya los rayos van a morir, van a descansar su eternidad eléctrica y vibratoria que se escucha hasta encima de las lápidas, edificios, anuncios, iglesias, bares, y calles precariamente iluminadas.  

Una ciudad de significados prismáticos enmarcada en 60 postales, 60 poemas que retratan las revelaciones de la luz de la visión diaria, la crítica, la social, y la visión de sí mismo. Poemas, que al igual que las postales, no necesitan sobres, la dimensión del espacio para la escritura exige la síntesis. Es una obra inscrita en la exaltación de la imagen, de la visión sin demasiada descripción, sin lirismo, sólo que en el caso de Reyes Umbría, a pesar de lo económico en su lenguaje que responde estrictamente a la referencia de su marco (la postal), cada tarjeta, cada texto, en una sincronía parecida al ciclo de la lluvia, nos comienza a pintar una ciudad alumbrada por el rayo de la búsqueda del amor, la búsqueda de sí mismo, la búsqueda incluso, de un país.






II

  

Un río sucio que no corre, se arrastra.

Retrata el poeta en los últimos versos de la  Postal I, y ya desde el comienzo, en ese primer Cuadrante  (El libro está más que dividido en cuatro cuadrantes, unido por ellos) desde esa primera impresión lingüística del paisaje, denota la espesura, una niebla, un movimiento carente de colores.

Todo una mirada.

Concluye el poeta en su segunda postal. Ese sentimiento de perplejidad, nos hace imaginar por un momento la condición de que quien se descubre habitante de sí mismo, y la extensión de esa sensación hasta sentirse a través de la mirada, realmente habitante de un espacio propio hecho cuerpo, al que se le suman todas las relaciones que sostienen ese complejo tejido humano donde vivimos y morimos, cercado por la regularización de lo social, dirigido y regulado por el poder, es allí donde Dannybal Reyes Umbría dibuja la tormenta, su espeso paso de nubes negras, y de una sangre pálida cuando anochece.

Los barrios, los edificios, los callejones, toda la geografía reconocible, manejable, la que conocemos por su olor, su peligro, su calidez, y por lo doloroso y lo hermoso, recorren el álbum de postales de ciudad donde la luz está bajo la tierra, donde el poeta y el hombre se exponen sin sobres al empuje social, un hombre que reconoce la posibilidad de ser dueño de sí, de sus actos, así de difícilmente sencillo:

siempre camino con mi corazón de paloma
siempre espero rescatar un perro
soy alegre como un niño que come
con hambre.                            

Postal VI

El relámpago, la descarga eléctrica, que lleva dentro de sí su grave sonido y fatal consecuencia, aclara y aparece en el goce físico, en la visión que se prolonga y agudiza de cuadrante a cuadrante, y cada postal, a pesar de ir reduciendo más sus dimensiones verbales, nos va adentrando en una historia, en la conciencia de la vivencia de un ciclo natural e interminable, podría ser el viaje eterno del hombre, que se cuenta de hombre a hombre:

Yo conozco estos líquidos caminos
de los que hablaba mi padre.

Postal XXV.

Pero no es sino hasta la Postal XXVIII, donde el clima cambia, donde la ciudad de afuera, la de piedra, la de paredes llenas de grafitis, de bloques rojos, iglesias, y bares, comienza a convertirse en una ciudad más biomecánica, que come, que huele, que toca, que besa, que piensa, y sobre todo, que siente:

Una pierna y otra pierna
un brazo y otro brazo
un seno y otro seno
un vientre y su dorso
una voz sobre todo
mi cuerpo sobre otro cuerpo
así comenzó.

Inmediatamente en la siguiente postal nos declara:

he aquí un cuerpo
grité por horas en una calle
de gente enferma.

El relámpago, la iluminación, su hermosura, la posesión de lo deseado y su confusión aparecen entonces en la Postal XXI, la purificación del fuego paradójicamente, deviene de su lúdico uso, metafóricamente hablando:

Quería apagarla con las manos
pero era un incendio
ondulación de llamas
agitándose a mi lado.

Y nuevamente, inmediatamente, como el sonido que viene arrastrándose detrás del rayo, el desconcierto, las fases de un solapado desengaño, inevitable, debido a la redondez carcelaria de nuestra condición automática, ciega, y precariamente humana:

De todo lo que aquí estaba
apenas quedan las señales
alguien se hartó de tus piernas.

Postal  XXV

Apenas en un punto de culminación eléctrica, aparece entonces la rasgadura, la lluvia que saca el humo de la tierra y las cosas que ardían y ardieron, y que luego sólo quedan expuesta a los vapores que asfixian:

Llovió entonces
en el lugar preciso

Al paso de la lluvia y el trueno, aparece entonces el apego por el refrescamiento, por lo que sana el deseo, la herida del fuego físico y que a su vez, con cada roce líquido, aviva el dolor, un ir y venir del fuego al agua, y del agua al fuego:

Qué podría yo decir
una batalla interminable.

Traza el poeta al final de unas de las 60 postales que testifican la historia de un relámpago que se enamoró de la tierra cuando la vio mojada, cuando comprendió que lo que anunciaba la rama seca de su cuerpo eléctrico, el presagio de su luz, no es más que la viva causa de su existencia y su muerte simultáneamente:

un largo territorio de truenos
        sorbo
de tierra húmeda
o la urgencia de tu sexo.     

Postal XLVIII

O

Otra vez ocultándome en tus cabellos
mientras la lluvia cae
abrigo de cegueras

O como afirma en la Postal LII, el agua, el cuerpo de la lluvia, y el cuerpo de la compañía,  se torna fluvial, se desliza por la piel de la tierra hasta sus altares de piedra.

eres río que vuelve a la montaña
invisible debajo de las sábanas.

El lenguaje  de Esta ciudad es una tumba para los relámpagos, la velocidad entre una imagen y otra soldada a los versos cortos, como respiraciones agitadas, rompen la manera habitual de lectura, cada cuadrante trae consigo una imagen que encaja en el siguiente, dejándonos a la espera de un desenlace que no palpamos a simple vista, como si el poeta dejara ante nosotros la escritura de esa última postal, de ese último poema, de esa última gota de lluvia, o esa primera, con la que empieza o acaba el invierno, no sin antes la presencia de los relámpagos, no sin la autoridad de los truenos, que con este libro de Dannybal Reyes Umbría, asociamos a las plegarias de los antiguos muertos de las nubes, y mientras oramos y pedimos a Santa Bárbara que aplaque la tempestad del cielo, ellos no hacen más que pedir y orar por sus rayos, sus relámpagos enterrados en la ciudad que ahora es su tumba.




Víctor Manuel Pinto


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