jueves, 16 de abril de 2015

MECÁNICA



Por Diego Sequera



Con ese título, la obra de Víctor Manuel Pinto obtiene el premio único del Concurso Internacional de poesía “Ciudad de Valencia” en su edición del 2005. El premio se lo atribuye un jurado compuesto por la poeta mexicana María Baranda, el poeta argentino Martín Gambarotta y Adhely Rivero. Obtiene mención un libro titulado Somos pájaros circunstanciales en el cuerpo del horizonte de Luis Aníbal Velásquez, cuyo seudónimo, 1.506, recuerda al X-504 de Jaime Jaramillo Escobar. Libro que llama la atención y que llama la atención y que seguramente espera una lectura mayor. Como también Mecánica lo amerita. Apartando el tono Picón Salas del asunto caigamos en materia.


Ya el epígrafe de Antonio Trujillo que inaugura la obra, marca una clave que puede orientar hacia los intersticios del universo donde se desarrolla este libro: Allí/hunde su destino//arma/otro universo. Como bien se sabe, el trabajo (con él la conciencia de oficio) y las condiciones materiales que lo configuran, erigen un universo, una cosmovisión del mundo donde el individuo se desenvuelve. El de este libro es un universo proletario. Sus aspectos exteriores (materiales, objetivos) y el impacto emocional (el amor del hijo, el candelazo que propicia el relámpago del recuerdo y la imaginación creadora en un mismo impulso) parecieran imbricar una dialéctica del mundo, de los movimientos exteriores e interiores, donde el dolor (dolor social, empático, solidario, profundamente familiar) puede entrecruzarse con un reflejo estrictamente individual, íntimo, constelando así, tal vez, una de las fuentes esenciales de este libro a su vez soportado por una unidad atmosférica, de flexible armazón temática. El tema se desplaza maleable en todos los significantes que puede recoger el lector (o para quien escribe): imágenes de alcanzada profundidad, fibra argumental y reconciliación del alma por su único camino: la solidaridad de lo comprendido más profunda y soterradamente, más homenaje al hombre sencillo que elegía en tiempo pasado, a lo perdido.

Desde una ventana de taller
Las manos forjaban tiempos mejores

Tales palabras cifran el inicio del primer poema y del poemario como tal. A ellas se ciñe la mirada del poeta en el desarrollo del poemario, en la forjadura de la imagen del padre. De sus desvaríos y devastaciones, de sus resistencias al tráfago de una vida que en cierto punto termina dialogando con la desesperanza y la desolación antes del mundo en general. Es también la imagen (con todo su peso) del hombre modesto, tenaz y sencillo que en la lucha por ajustarse (o no) a las leyes de la normalidad (de la siniestra normalidad a la que nos tratan de relegar siempre) donde por la misma fuerza de las cosas termina siendo a la vez el vencido y el vencedor de pequeñas victorias, pequeñas alegrías; trazados por la mirada testimonial del hijo. Y aquí podemos hablar más en serio de otras de las fuerzas expresivas que el presente lector (quien escribe esta nota) logra atisbar: otra de las corrientes interiores que fluyen en el libro por otro cauce también dialéctico en sus resoluciones: el eterno antagonismo entre felicidad y capitalismo.

Desde una ventana del taller
las manos forjaban tiempos mejores

la ciudad
las calles crecen
y el trabajo se hace más
y menos a los hijos
que también saben hacer tamaño

ahora grita sin necesidad
patea las herramientas
fuma en el baño

sabe que llueve por dentro
y le será difícil aflojar esa tuerca

si se pasa mucho entre motores
y piezas de hierro
el corazón puede tomar esa forma

Bien sabemos que la vida en general es un proceso de transformación, pero puede que aquí sea uno de los vectores donde la palabra libertad cobra sentido (como siempre en su ausencia): la libertad (y el derecho) a transformarse de acuerdo a la voluntad que motoriza al espíritu solamente sometido por las irrefrenables leyes de lo natural, pero que en su hecho real se transforma especialmente debido a las condiciones económicas que motorizan a la colectividad. Palabras que suenan a empirismo ramplón, sí, pero también permiten elaborar una armazón abstracta de una de las tragedias del devenir. Y basta de Rousseau.



yo bajaba su vianda
aquellos días en que se reparaba
y él comía con noche en los dedos
diciéndome que tuviera otro oficio


Todo hombre recuerda una tarde con una mujer
y él la cuenta sin pensar en el dolor el banco y las heridas
el matrimonio y el abismo vendrían después

(…)

abro la boca de un carro
y el abre la suya
si el aceite no llega a la maquina se funde
lo mismo con la mujer

no entregue toda la saliva el bolsillo

míreme

no vaya a quedarse seco
como esos palos de cementerio
clavado entre tanta cosa muerta

Si por otro lado observamos el estilo del poeta, su ética ante el lenguaje, se puede coincidir en parte con el veredicto del jurado, y su respectivo tonito diseccionado: (…) Una propuesta de lenguaje directo, preciso y sencillo para tratar su universo cotidiano. Ahora bien, y sosteniendo lo que se decía con anterioridad, relegarlo a una cotidianidad exclusiva, separada y disociada es perderle el trabajo al otro eslabón que construye tal universo cotidiano.  De forma subrepticia, poco manifiesta hace presencia la conciencia de clase, puede que hable, sí, de una cotidianidad, pero tal cotidianidad es aquella fibra creadora que siempre nace de la estética de lo mundano y de las unificaciones rutinarias del mercado, por decirlo grosso modo, del abrazo a la materia, como diría Juan Antonio Calzadilla de otro poeta. La construcción está imbuida de un fuerte carácter visual, muy cercano a  un objetivismo personal, al estilo de un Charles Reznikoff o de un Igor Barreto en sus primeros trabajos, o incluso de Adhely Rivero:

Los hombres del 2.º turno de la fábrica de válvulas
soplan el frío de sus manos y se reparten cigarrillos

al encenderlos aparecen sus caras sorprendidas
por lo veloz y duro de las cosas

se parecen a mi padre
que a veces trabaja llevándolos a sus casas

un domingo lo acompaño
a fumarnos las 10:30 y me cuenta cosas
grandes cosas sobre ellos

pero se ven tan pequeños
bajo el galpón de donde salen

bajo los impermeables de plástico
bajo esta llovizna que los borra

y no alcanza a lavar el parabrisas

Si a partir de las primeras páginas se especula un poemario de universo masculino, centrado exclusivamente en las imágenes que conforman al padre, tal hipótesis puede rebatirse inmediatamente con la aparición de otros personajes que entran en escena y elaboran y complejizan un nuevo esbozo del recuerdo, que podrá tener de eje al padre, sí, y que culturalmente siendo el padre el “hombre de la casa”, activa los desplazamientos familiares, la presencia de la madre en todos su desesperaciones y tristezas, vaivenes y reconciliaciones, tormentos (o tormentas) que se manifiestan en un orden doméstico; que la presencia de la hermana está siempre en fuga, y el hermano en el reencuentro; todos los personajes son evocados por la voz que hila el sonido y la imagen, para así elaborar el retrato de la familia, retrato que siempre vamos a encontrar en eterno desplazamiento, con toda la finitud de las cosas y la aprehensión de aquello a lo que se le impone un ideal de estructura (familiar) rígido y cimentado en la permanencia. Otra de las falacias del mercado, y que en el lenguaje de la resistencia se traduce en la aceptación, en la conciencia de lo natural, y aquí entroncamos con el concepto de naturaleza con que se quiso definirla en el empírico comentario al principio de la reseña.




En las generaciones que nos preceden, siempre se encuentra irrevocable (e irremediablemente) el paso de la historia, además del de la (su) historia individual, que no es más que la misma (en minúscula) pero desde adentro. Por lo demás, libro que en su conjunto, al sumar las partes, en su mancomunidad reflexiva, deriva en canto a la nobleza del oficio, a la eterna capacidad popular de conseguir dignidad y vida a pesar de todo, a pesar de las imposturas del mercado, de la cultura de la combustión que, nuevamente, los hace a ellos (en este caso, los mecánicos) en sostén invisible de la dinámica social (su mecánica), para aquellos que conducen y ven la vida sólo tras el volante, y que sólo se quejan y comunican usando la corneta:

él siempre tuvo
camino entre el desorden

Tal vez sea un primer trecho recorrido por el poeta a su propia infancia (re)creada, fin último y supremo del espíritu: primera curvatura que es la vuelta completa a la casa de la partida. En recuperar con toda cicatriz la imagen del padre (y la madre) que es uno mismo. Y que sólo la carne de la palabra trasciende.

este es mi viejo
el que sabe descifrar la música
del vientre de los zancudos
y me dice
       escucha…
       es el silencio



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