Narran los evangelios
que Jorge I, el Apóstata
llamado así por sus contemporáneos
El Apasionado
fue el colorista más puro del Neguev
y que cantaba en el amanecer
las canciones más bellas
mientras los Elegidos fornicaban
Enrique Chaparro Mesa
La poesía como religión
No conformes con todo
el daño y las atrocidades que han anegado de sangre los ríos históricos de
nuestra especie en nombre de las religiones, y no satisfechos en la actualidad con
la evidencia de la más terrible ignorancia ante las decapitaciones, los
disparos a la cabeza a cuerpos amarrados y arrodillados, con los bombardeos a
ciudades enteras, con los centenares de niños, hombres y mujeres heridos,
muertos y desplazados por las guerras políticas dizque santas, resultados de
innumerables divergencias e injerencias de naciones potencia que propician la
manipulación retorcida de los sistemas de regularización y administración del poder
militar, económico y social de las naciones menos aventajadas. No saturados con
ese ensangrentado telón que consumimos diariamente en la representación mediática
de las disonancias entre las creencias espirituales de los pueblos, sus
literaturas y sus cultos, disonancias que comen y vomitan sangre, que marchan
sobre cadáveres a diario, en nombre de sus dioses imaginarios respaldados en
bonos, en oro, en papel moneda dentro de sus lujosas arcas, bancos y depósitos.
Aun así no estamos hartos y vamos más allá, queremos más, un Dios, una Diosa, y
dopados con el vaho edulcorado del argumento fácil y alegre, hemos insistido en
catalogar a la poesía como la última religión del planeta; azorados por un misticismo
hueco, queremos elevarla como la axiomática y verdadera religión de la
humanidad. Nada más preponte, nada más absurdo. Religión. Ninguna palabra sobre
la tierra más desconocida.
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Necesitaremos un
símbolo para la ignorancia, la injusticia - qué difícil fue definirles la
justicia - cuánto costó evidenciarles lo
más sencillo. Esa ceguera, lo que no verán ni aun frente a sí mismos en los
espejos que amarán, que temerán, eso inverso
al propósito que pueden alcanzar por las facultades de las que fueron dotados, eso que no les dolerá al instante como
la bala en la carne del tiro, pero que al frío, al parar sus locas carreras les
arderá, la herida que les llorará, que los enloquece, eso que puede llegar a poseerlos en el instante del remordimiento -
santo momento - hundiéndoles más, volviéndoles
a desviar del camino hacia el cumplimiento del propósito que pueden alcanzar
por las facultades de las que fueron dotados, eso necesitará un nombre. El motivo por el que se avergüencen en su
soledad más íntima, oliéndose los genitales que relamen, y el sudor de los pies
cansados de buscar, eso que les impida
buscar, que les quite la sed con vino y los acaricie diciéndoles que han
llegado, que son bienvenidos en esta Casa, eso
que les convenza de lo que son, eso
que les reafirme lo que no son, eso que
represente la mayor traición, la más terrible, el abandono voluntario del
camino hacia el cumplimiento del propósito para el que fueron hermosamente
dotados, eso necesitará un nombre. Todos
quieren ser ángeles…démosle uno que les impida ser uno.
Hombre Rey de la Casa
La carta del Diablo
en el Tarot Rider-Waite, ilustra a un
hombre y una mujer, encerrados y estáticos en la baraja de su espacio, detrás
de ambos está el Diablo sentado, sosteniendo a Saturno, regente de Capricornio,
en una de sus manos. El hombre y la mujer están desnudos y encadenados por el
cuello al pedestal donde se yergue el Demonio con sus alas abiertas. Ambos
están unidos al mundo por la cadena, esclavizados por las pasiones inferiores a
lo material. Un pentagrama invertido flota sobre ellos en la carta, simbolizando
al hombre cabeza abajo, connotando como fuerza opuesta o activa, la firmeza y
la quietud a través de la meditación. Ni el hombre, ni la mujer encadenados pueden
ver, mucho menos sentir, que el nudo que les cuelga de sus cuellos es amplio, que
está flojo. Como si la ceguera, resultado de la esclavitud a sus pasiones
ordinarias, les impidiera ver la posibilidad de su liberación, ese mínimo
esfuerzo que les permitiera al menos percibir la condición de servidumbre a la piedra
de ilusión a la que están encadenados.
La poesía de Carlos Enrique Osorio
Granado, es una creación resultado de un esfuerzo arduo y continuo por una
necesidad de liberación interior. Sus textos nos dejan el sabor del instante que
perdimos encadenados a la inconciencia del Diablo que nos lleva, pero nos ofrecen
amorosamente una posibilidad, siempre remitida a la calma, a la firmeza, a la
percepción de estar inmersos dentro de las pasionales corrientes de la mente,
de los instintos; sin autoflagelos, un poema tras otro levanta un escalón más
en la enorme escalera a lo desconocido de sí mismo; es una poesía llena de
esperanza, todo esto, con una austeridad no poco compleja en su lenguaje. Sus
poemas gozan de la elegancia que suprime cualquier cariz religioso, aun cuando
su trabajo evidencia una constante pregunta, un inmutable cuestionamiento
interior cimentado en su fuerza espiritual, nuevamente, sin la brillantez
artificial de la baratija mística, sino más bien con su olor natural, con su
acento lingüístico y circular en la forma, breve y precisa. Su persona, su
máscara, no se ofrece a los salones y las orgías egotistas del antifaz del
renombre literario. Su trabajo ha sido silencioso y exigente. Para quienes han
recubierto a la poesía con el oro anacrónico de las medallas y los altares de
la misma artificialidad religiosa de hoy, para los santos escribas, para los
monjes ebrios, para los lectores de papas muertos, el trabajo de Carlos Enrique
Osorio Granado, es la obra de un apóstata, uno
que decidió no seguirlos en su ritualidad hipócrita. Ha dedicado gran parte
de su vida al trabajo editorial y la enseñanza a través del taller, de la consulta, de la amistad,
del concejo diario. El cuerpo, más que un motivo o símbolo, pesa casi con todo
su tamaño en sus poemas. El cuerpo es la tregua y la lucha, la ausencia y la
casa, y el hombre que aguarda, cae y se levanta, trabajando para reinar en
ella.
Víctor
Manuel Pinto
Los poemas incluidos en esta muestra pertenecen a los
libros Saravá (1988), Albricias
(1992), Caminería (1998), Amatoria (2004), y Azimut y el camino (2013). De este último, se incluyen fragmentos
del libro El camino, como parte de un
conjunto de reflexiones sobre la escritura de poesía, y concejos para jóvenes
poetas.
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