Por Diego Sequera
Con ese título, la obra de Víctor
Manuel Pinto obtiene el premio único del Concurso Internacional de poesía
“Ciudad de Valencia” en su edición del 2005. El premio se lo atribuye un jurado
compuesto por la poeta mexicana María Baranda, el poeta argentino Martín
Gambarotta y Adhely Rivero. Obtiene mención un libro titulado Somos pájaros circunstanciales en el cuerpo
del horizonte de Luis Aníbal Velásquez, cuyo seudónimo, 1.506, recuerda al
X-504 de Jaime Jaramillo Escobar. Libro que llama la atención y que llama la
atención y que seguramente espera una lectura mayor. Como también Mecánica lo amerita. Apartando el tono Picón Salas del
asunto caigamos en materia.
Ya el epígrafe de Antonio Trujillo que
inaugura la obra, marca una clave que puede orientar hacia los intersticios del
universo donde se desarrolla este libro: Allí/hunde
su destino//arma/otro universo. Como bien se sabe, el trabajo (con él la
conciencia de oficio) y las condiciones materiales que lo configuran, erigen un
universo, una cosmovisión del mundo donde el individuo se desenvuelve. El de
este libro es un universo proletario. Sus aspectos exteriores (materiales,
objetivos) y el impacto emocional (el amor del hijo, el candelazo que propicia
el relámpago del recuerdo y la imaginación creadora en un mismo impulso)
parecieran imbricar una dialéctica del mundo, de los movimientos exteriores e
interiores, donde el dolor (dolor social, empático, solidario, profundamente
familiar) puede entrecruzarse con un reflejo estrictamente individual, íntimo,
constelando así, tal vez, una de las fuentes esenciales de este libro a su vez
soportado por una unidad atmosférica, de flexible armazón temática. El tema se
desplaza maleable en todos los significantes que puede recoger el lector (o
para quien escribe): imágenes de alcanzada profundidad, fibra argumental y
reconciliación del alma por su único camino: la solidaridad de lo comprendido
más profunda y soterradamente, más homenaje al hombre sencillo que elegía en
tiempo pasado, a lo perdido.
Desde
una ventana de taller
Las
manos forjaban tiempos mejores
Tales palabras cifran el inicio del
primer poema y del poemario como tal. A ellas se ciñe la mirada del poeta en el
desarrollo del poemario, en la forjadura de la imagen del padre. De sus
desvaríos y devastaciones, de sus resistencias al tráfago de una vida que en cierto
punto termina dialogando con la desesperanza y la desolación antes del mundo en
general. Es también la imagen (con todo su peso) del hombre modesto, tenaz y
sencillo que en la lucha por ajustarse (o no) a las leyes de la normalidad (de
la siniestra normalidad a la que nos tratan de relegar siempre) donde por la
misma fuerza de las cosas termina siendo a la vez el vencido y el vencedor de
pequeñas victorias, pequeñas alegrías; trazados por la mirada testimonial del
hijo. Y aquí podemos hablar más en serio de otras de las fuerzas expresivas que
el presente lector (quien escribe esta nota) logra atisbar: otra de las
corrientes interiores que fluyen en el libro por otro cauce también dialéctico
en sus resoluciones: el eterno antagonismo entre felicidad y capitalismo.
Desde una ventana del taller
las manos
forjaban tiempos mejores
la ciudad
las calles
crecen
y el trabajo
se hace más
y menos a los
hijos
que también
saben hacer tamaño
ahora grita
sin necesidad
patea las
herramientas
fuma en el
baño
sabe que llueve
por dentro
y le será
difícil aflojar esa tuerca
si se pasa
mucho entre motores
y piezas de
hierro
el corazón
puede tomar esa forma
Bien sabemos que la vida en general es
un proceso de transformación, pero puede que aquí sea uno de los vectores donde
la palabra libertad cobra sentido (como siempre en su ausencia): la libertad (y
el derecho) a transformarse de acuerdo a la voluntad que motoriza al espíritu
solamente sometido por las irrefrenables leyes de lo natural, pero que en su
hecho real se transforma especialmente debido a las condiciones económicas que
motorizan a la colectividad. Palabras que suenan a empirismo ramplón, sí, pero
también permiten elaborar una armazón abstracta de una de las tragedias del
devenir. Y basta de Rousseau.
yo bajaba su
vianda
aquellos días
en que se reparaba
y él comía con
noche en los dedos
diciéndome que
tuviera otro oficio
Todo
hombre recuerda una tarde con una mujer
y
él la cuenta sin pensar en el dolor el banco y las heridas
el
matrimonio y el abismo vendrían después
(…)
abro
la boca de un carro
y
el abre la suya
si el aceite no llega a la maquina se
funde
lo mismo con la mujer
no entregue toda la saliva el bolsillo
míreme
no vaya a quedarse seco
como esos palos de cementerio
clavado entre tanta cosa muerta
Si por otro lado observamos el estilo
del poeta, su ética ante el lenguaje, se puede coincidir en parte con el
veredicto del jurado, y su respectivo tonito diseccionado: (…) Una propuesta de lenguaje directo, preciso y
sencillo para tratar su universo cotidiano. Ahora bien, y sosteniendo lo
que se decía con anterioridad, relegarlo a una cotidianidad exclusiva, separada
y disociada es perderle el trabajo al otro eslabón que construye tal universo cotidiano. De forma subrepticia, poco manifiesta hace
presencia la conciencia de clase, puede que hable, sí, de una cotidianidad,
pero tal cotidianidad es aquella fibra creadora que siempre nace de la estética
de lo mundano y de las unificaciones rutinarias del mercado, por decirlo grosso modo, del abrazo a la materia, como diría Juan Antonio Calzadilla de otro
poeta. La construcción está imbuida de un fuerte carácter visual, muy cercano
a un objetivismo personal, al estilo de
un Charles Reznikoff o de un Igor Barreto en sus primeros trabajos, o incluso
de Adhely Rivero:
Los hombres
del 2.º turno de la fábrica de válvulas
soplan el frío
de sus manos y se reparten cigarrillos
al encenderlos
aparecen sus caras sorprendidas
por lo veloz y
duro de las cosas
se parecen a
mi padre
que a veces
trabaja llevándolos a sus casas
un domingo lo
acompaño
a fumarnos las
10:30 y me cuenta cosas
grandes cosas
sobre ellos
pero se ven
tan pequeños
bajo el galpón
de donde salen
bajo los
impermeables de plástico
bajo esta
llovizna que los borra
y no alcanza a
lavar el parabrisas
Si a partir de las primeras páginas se
especula un poemario de universo masculino, centrado exclusivamente en las
imágenes que conforman al padre, tal hipótesis puede rebatirse inmediatamente
con la aparición de otros personajes que entran en escena y elaboran y
complejizan un nuevo esbozo del recuerdo, que podrá tener de eje al padre, sí,
y que culturalmente siendo el padre el “hombre de la casa”, activa los
desplazamientos familiares, la presencia de la madre en todos su
desesperaciones y tristezas, vaivenes y reconciliaciones, tormentos (o
tormentas) que se manifiestan en un orden doméstico; que la presencia de la
hermana está siempre en fuga, y el hermano en el reencuentro; todos los
personajes son evocados por la voz que hila el sonido y la imagen, para así
elaborar el retrato de la familia, retrato que siempre vamos a encontrar en
eterno desplazamiento, con toda la finitud de las cosas y la aprehensión de
aquello a lo que se le impone un ideal de estructura (familiar) rígido y
cimentado en la permanencia. Otra de las falacias del mercado, y que en el
lenguaje de la resistencia se traduce en la aceptación, en la conciencia de lo
natural, y aquí entroncamos con el concepto de naturaleza con que se quiso
definirla en el empírico comentario al principio de la reseña.
En las generaciones que nos preceden,
siempre se encuentra irrevocable (e irremediablemente) el paso de la historia,
además del de la (su) historia
individual, que no es más que la misma (en minúscula) pero desde adentro. Por
lo demás, libro que en su conjunto, al sumar las partes, en su mancomunidad
reflexiva, deriva en canto a la nobleza del oficio, a la eterna capacidad
popular de conseguir dignidad y vida a pesar de todo, a pesar de las imposturas
del mercado, de la cultura de la combustión que, nuevamente, los hace a ellos
(en este caso, los mecánicos) en sostén invisible de la dinámica social (su mecánica), para aquellos que conducen y
ven la vida sólo tras el volante, y que sólo se quejan y comunican usando la
corneta:
él
siempre tuvo
camino
entre el desorden
Tal vez sea un primer trecho recorrido
por el poeta a su propia infancia (re)creada, fin último y supremo del
espíritu: primera curvatura que es la vuelta completa a la casa de la partida.
En recuperar con toda cicatriz la imagen del padre (y la madre) que es uno
mismo. Y que sólo la carne de la palabra trasciende.
este
es mi viejo
el
que sabe descifrar la música
del
vientre de los zancudos
y
me dice
escucha…
es el silencio